«Adiós, vosotros que vais por el camino. Aquí yazco yo» (Epigrama latino)

A lo largo de los últimos años se ha venido montando un andamiaje construido con medias verdades y burdas tergiversaciones alrededor de la Transición española con el objetivo de crear una historia que coloque en un mismo plano a aquellos que viniendo de vivir cómodas vidas en el franquismo y ante la inevitable realidad de la llegada de la democracia pactaron a regañadientes con la oposición democrática una serie de medidas que culminaron con la legalización de los partidos políticos y la celebración de elecciones democráticas, y a aquellos otros que lucharon para acabar con una dictadura que extendió el dolor, la muerte y las torturas hasta el último día de su existencia gracias a los colaboradores con los que contó el franquismo que fueron debidamente premiados.

Pero a pesar de estos mendaces intentos de periodistas y de algunos historiadores por acallar a los verdaderos protagonistas de la lucha por la democracia en España, la verdad del coste humano que supuso la reinstauración en España de la democracia tras el golpe de Estado de 1936 y su posterior dictadura religiosa-militar se encuentra al alcance de cualquiera. Y como ejemplo de ello traemos esta semana a esta sección el último Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias. Me refiero al ensayo A finales de enero. La historia de amor más trágica de la Transición (Tusquets, 2019) escrito por Javier Padilla, en el que el autor hace un retrato del movimiento estudiantil universitario del Madrid de los años 60 con especial hincapié en tres jóvenes estudiantes que vieron truncadas sus vidas por la represión franquista: Enrique Ruano, Dolores González y Javier Sauquillo.

He de reconocer que la figura de Enrique Ruano, estudiante de Derecho que fue tirado por una ventana cuando se encontraba detenido y siendo interrogado por la policía franquista de tintes nazis, me interesó y atrajo desde que tuve noticia a finales de los 80 de su muerte ocurrida en 1969. Recuerda Padilla en su libro, con un acabado y estructura brillante, que durante el franquismo la población española se dividió en tres diferentes grupos. Por una lado, aquellos que vivieron como si en España no hubiese dictadura ni represión pendientes, por tanto, de atender únicamente a sus intereses personales y aprovechándose todo lo posible de la dictadura franquista. En un segundo grupo, aquellos que siendo antifranquistas antepusieron primero su seguridad y bienestar económico y, en un tercer lugar, nos encontramos con los que lucharon por la democracia y la libertad con todas sus consecuencias a riesgo de perder la vida o, como mínimo, ser apaleados por las bandas de ultraderechistas que actuaron como un poder paralelo al servicio del franquismo o ser torturados en las comisarías. Es evidente que a todos nos hubiera gustado, de vivir en aquella época, pertenecer al último grupo, es decir, a los protagonistas de este libro.

Enrique y Lola eran pareja cuando la policía los detuvo en enero de 1969. Estando Lola en dependencias policiales, Ruano fue llevado a un piso de unos amigos para hacer un registro del mismo. Aunque los policías no confesaron, las pruebas demuestran fehacientemente que Enrique Ruano fue herido de bala (la parte de hueso por donde entró la bala desapareció en la autopsia) y que después fue tirado desde un séptimo piso a un patio interior. Especialmente miserable fue la actitud del diario Abc y de su director Torcuato Luca de Tena creando infames infundios sobre Enrique Ruano y su falsa homosexualidad (que en aquella época era sinónimo de delincuencia) e inventándose la teoría de un presunto suicidio. También hay que resaltar el miserable comportamiento de Manuel Fraga, por aquel entonces ministro de Información y Turismo, que defendió la actuación policial llegando a llamar por teléfono a los padres de Ruano amenazándolos en caso de que siguieran pidiendo explicaciones por la muerte de su hijo. El mismo Fraga que con la Transición se convirtió en demócrata de toda la vida.

Años después Lola y Javier Sauquillo (amigo de Ruano) entablaron una relación sentimental mientras trabajaban en el mismo despacho de abogados. Javier fue uno de los asesinados en la matanza de los abogados de Atocha de 1977, resultando Lola herida de gravedad de un disparo en la cara del que nunca se recuperó arrastrando graves secuelas físicas y psicológicas hasta que se suicidó por inanición en el año 2015.

Como recuerda el autor entre 1975 y 1982 hubo en España 504 víctimas mortales por la violencia política lo que unido a 2.663 heridos hospitalizados convierte a la Transición española en la segunda más sangrienta de Europa solo por detrás de Rumanía. La democracia llegó gracias al esfuerzo de miles de españoles hoy desaparecidos en el anonimato. Muchos de ellos murieron y sufrieron torturas por un franquismo que se negó a desaparecer. Ellos y ellas fueron los verdaderos protagonistas de la Transición y no los políticos de salón que provenientes del franquismo se colgaron la medalla de la llegada de la libertad.