Gracias a Dios, o a los hados, como ustedes prefieran, ya se han constituido los ayuntamientos de todos los municipios de España, aunque la configuración final de muchos de esos equipos de gobierno no haya estado exenta de cierta polémica, y hasta de cierto morbo, por la concatenación de pactos, unas veces intrincados, otras inverosímiles, que se han tenido que producir para llegar a dar cierta estabilidad a muchos consistorios.

En el caso de Elche, el pacto entre el PSOE y Compromís estaba destinado a producirse en cualquier caso, aunque el hecho más que probable de que el Alcalde conociera de antemano que su Némesis en al anterior Gobierno municipal, Mireia Mollà, iba a ser elevada a los altares del Cap i Casal y, por lo tanto, se iba a librar de su presencia en el nuevo equipo, sin duda ha coadyuvado a que las negociaciones transcurrieran de una forma más relajada. Los posibles pactos con otras formaciones creo que en ningún momento pasaron por la cabeza de los dirigentes socialistas, más allá de una invitación a una conversación de paripé o, por qué no, quizás de cortesía, con Ciudadanos.

Llegado este punto, ahora lo que toca es repartir dedicaciones exclusivas, como comentábamos hace dos semanas (vid. El salario de Sancho Panza, 7/6/2019), e intentar restañar heridas en el seno de aquellos partidos cuyos resultados no han sido los esperados. De hecho, la práctica totalidad de las formaciones, salvo una que yo sepa, la semana posterior a las elecciones se reunieron con sus afiliados para dar cuenta de las posibles causas y elaborar las estrategias adecuadas para emprender la travesía del desierto que supone ejercer cuatro años de oposición o, en el peor de los casos, de tener que batallar contra el poder desde fuera de la institución municipal.

En cualquier caso, casi siempre, las personas que controlan los aparatos de los partidos son renuentes a realizar la necesaria autocrítica, pues ello supondría, por una parte reconocer sus errores y, por otra, ceder poder orgánico dentro de la organización a los afiliados que intentan, de buena fe, mejorar la situación; y cuando estos últimos intentan plantar batalla al aparato se encuentran en una situación similar a la de la historia bíblica de David y Goliat (I Samuel 17: 1-54).

Esta historia, como todas las que aparecen en el Antiguo Testamento, no se corresponden de una manera exacta con ninguno de los géneros literarios que conocemos en la actualidad. En realidad, se trata de narraciones al estilo de los cuentos de tradición oral, pero insertos en un contexto que hace de ellas, prácticamente, una suerte de puesta en escena teatral. En ésta, en concreto, se nos presenta la misma situación que se repite, día tras día, durante cuarenta y dos jornadas consecutivas: dos veces al día, por la mañana y por la tarde, de las filas del ejército filisteo, posicionado frente al israelita, emerge un gigante, Goliat, que reta a los oponentes a una pelea con ellos uno a uno, pero nadie se atreve a enfrentarse a él.

Pero, un día aparece David, un pastor de ovejas que había sido enviado por su padre al campamento israelita para llevar provisiones. Estando ahí se entera del reto de Goliat y de la incapacidad de su pueblo para hacerle frente, pues lo creen invencible. Pero David sólo ve en Goliat un filisteo más, no tan diferente de las bestias a las que, de forma recurrente, ha de hacer frente con su onda y matar para defender a su rebaño.

Para David, los ejércitos de Israel son el rebaño de su padre, de Dios. El resto de la historia la conocen todos ustedes: David, rechazando portar otras armas más que su onda, se dirige al campo de batalla para aceptar el reto de Goliat. Toma cinco piedras del suelo, coloca una en su onda y la dirige contra el gigante filisteo que, alcanzado entre los ojos cae al suelo. David, entonces, le arrebata su propia espada y lo decapita.

En los partidos políticos suele haber gente como Goliat: fanfarrones engreídos que se creen invencibles y, por lo tanto, exigen pleitesía a los demás. Pero no se dan cuenta de que también hay muchos David y que, tarde o temprano, alguno de ellos les acertará con su onda.