La serie documental sobre los asesinatos de Miriam, Toñi y Desirée está tan bien montada que pueden verse los cinco episodios de un tirón si se dispone de tiempo por delante. Dirigida por Elías León y producida por Ramón Campos de Bambú, los mismos que realizaron «El caso Asunta» hace un par de años, el «Caso Alcàsser» se cierra con un alegato contra la violencia machista repasando una aterradora lista de nombres y caras de chicas muertas. Sin embargo, este final colocado como la guinda del pastel no se deriva de forma natural de lo que nos cuenta el documental, que quiere ir más allá del triple asesinato y la investigación criminal, para apuntar a la cobertura mediática y el impacto en las familias.

Las imágenes huyen del morbo y esquivan los cadáveres en las autopsias y las fotografías que al parecer se vieron en «Esta noche cruzamos el Mississippi» después de que Fernando García, el padre de Miriam, y Juan Ignacio Blanco, robaran el sumario. Todo se ha escrito sobre el papel de los medios y el juicio paralelo que se vivió en el «late-night» de Telecinco y en «El Juí d'Alcàsser» de Canal 9. Millones de espectadores presenciaron el circo que se montó en Alcàsser el día después de que aparecieran los cuerpos. Nieves Herrero no pudo controlar el desbordamiento de sentimientos de ira y dolor y se metió de lleno en el barro; los vecinos y familiares de las niñas se pegaban por subir al escenario porque querían salir en la tele. La periodista siempre será recordada por aquel especial, pero provocan estupor las apariciones de García, Blanco y la familia Anglés en el «Mississippi». Allí ya no se trabajaba en caliente y sobre la marcha, como sucedió aquel día de enero de 1993, según explicaba, disculpándose, Paco Lobatón; en el plató de Pepe Navarro había guión y «teleprompter».

Crónica sociológica más que de sucesos, conocemos a la madre de Desirée, enfrentada al padre de Miriam al que abdujeron los micros y los aires de grandeza. Como sucedió en esos años, la serie de Netflix cae en conceder un excesivo protagonismo a Fernando García y Juan Ignacio Blanco, sobre todo a este último, en un desesperado intento de mantener las dudas sobre quién torturó, violó y mató a las chicas. Aunque quedan claras las incoherencias de los promotores de la teoría de la conspiración, incluidas las del catedrático Luis Frontela, no está justificado darle tanta importancia a la supuesta cinta que el criminólogo no quiere enseñar, un ridículo chisme para seguir viviendo de charlas. Sobran minutos por ese frente y se echa en falta más información sobre la fuga de Antonio Anglés, contada en «Equipo de investigación» el año pasado.

Muchos piensan en València que aporta poco nuevo, los momentos del juicio no emitidos antes, pero la vemos desde muy cerca. Esta es un historia que merece ser contada a una audiencia global para hacernos reflexionar sobre cómo somos, todos, periodistas o no.