Cuando uno tiene la santa paciencia (léase cojonazos) de ponerse delante del televisor y verse casi entero el debate de investidura de un presidente de la Generalitat Valenciana, lo que se espera es una animada y enriquecedora discusión sobre asuntos del terreno. El inocente espectador confía en que el presidenciable y los portavoces de la oposición se enzarcen en una apasionante refriega verbal sobre la crisis de los cítricos, sobre el futuro del trasvase Tajo-Segura, sobre políticas turísticas, sobre carreteras y trenes, sobre promoción industrial, sobre la xylella y los almendros, sobre los barracones escolares e incluso, con un poco de suerte, sobre alguna cuestión relacionada con el mundo de la cultura.

Todas estas previsiones optimistas se caen en pedazos cuando Toni Cantó se sube a la tribuna de oradores de las Cortes. El portavoz de Ciudadanos ni dice ni pío de los temas más cercanos a los habitantes de la Comunitat Valenciana y se mete en una violenta perorata en la que aparece Josu Ternera, la ETA, Otegui y hasta los mismísimos Països Catalans. En este flamígero discurso no falta un estudio comparado sobre los muertos del nazismo y del comunismo, se hace una lamentable apelación a la figura de Ernest Lluch y se acaba con una guinda espectacular: afirmar que el poeta Miguel Hernández no habría podido publicar ni un libro en castellano en esta autonomía dominada por el independentismo catalanista más radical.

Aunque todos los cronistas políticos han considerado que la tronante intervención de Cantó responde a un intento de robarle a Isabel Bonig el liderazgo de la derecha valenciana, la realidad es mucho más triste y mucho más preocupante. El tono y los contenidos de la catilinaria del líder de Ciudadanos son simplemente una muestra de su desconocimiento casi total de las realidades y de los problemas de esta tierra; o lo que es lo mismo: un hombre que aspiraba a gobernar a los valencianos no tiene ni la más remota idea de las cosas que les preocupan a los valencianos. A pesar de la solemnidad de la ocasión, Toni Cantó tiró de repertorio como hacen las orquestas de verbena y actuó ante la cámara autonómica como el que va a una tertulia de Intereconomía o a una entrevista con Ana Rosa Quintana. La desordenada acumulación de lugares comunes de la derecha más rancia, sin la más mínima concesión a las cuestiones autonómicas, demuestra que el portavoz de Cs no había dedicado ni el mínimo tiempo exigible a la preparación de un discurso llamado a convertirse en su imagen de marca para toda la legislatura.

Si se tiene en cuenta que estamos hablando del tercer partido en representación parlamentaria de la Comunitat Valenciana, la actitud mantenida por el líder de Cs en este primer pleno supone un evidente desprecio hacia la ciudadanía. Ni siquiera los métodos de la nueva política -en la que reinan el exabrupto, las fake news y la obsesión por las frases redondas- justifican la falta de interés de Toni Cantó hacia un territorio que le ha elegido como padre de la patria para los próximos cuatro años y que le pagará un buen sueldo por ejercer esta función.

El lamentable estreno de Toni Cantó en la política valenciana pone en tela de juicio la política de selección de personal del partido que dirige Albert Rivera. Los habitantes de la Comunitat Valenciana somos gente dura, acostumbrada a las emociones fuertes, y no hace mucho tiempo veíamos desfilar por nuestras tribunas de autoridades a algunos de los frikis más sobresalientes e inclasificables de la política nacional. A pesar de nuestra probada resistencia a los personajes estrafalarios, no nos merecemos a un político que desconoce el terreno que está pisando y que parece no tener ninguna voluntad en salir de su ignorancia.

Puede que algún día la suerte le sonría a Toni Cantó y se convierta en el brillante ministro de Cultura de un Gobierno nacional de coalición entre el Partido Popular, Ciudadanos y Vox. Cuando esto suceda, una cosa estará por encima de toda discusión: por aquí, no lo va a echar nadie de menos.