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De uno que salió a combatir la corrupción

Me refiero por supuesto al fundador de un partido que quiso dar una pátina de modernidad a la política española y acabó aliándose ya sólo con quienes antes denunciaba, sino incluso, de modo vergonzante, con la ultraderecha posfranquista.

¿Quo vadis, a dónde vas Albert Rivera?, habría que preguntarse, como ha hecho ya, alarmado, en la prensa alguno de sus primeros compañeros de viaje, que dice no reconocerse en aquel joven con el que comenzaron un día la aventura.

La enfermiza obsesión con el desafío independentista catalán ha trastornado los espíritus a más de uno y ha terminado haciendo extraños compañeros de cama, como demuestra el caso de Rivera.

Aunque, a diferencia de muchos lectores de cierta prensa madrileña, que tanto le ensalzó en un primer momento, uno modestamente nunca se creyó aquello de que Ciudadanos fura un partido socialdemócrata y de centro.

Parecía ya desde el principio el de Rivera un partido tan de derechas, al menos en lo económico, como el PP, sólo que más en consonancia con la posmodernidad "líquida", para decirlo con Zygmunt Baumann.

Desprestigiado como estaba el Partido Popular por su interminable rosario de casos de corrupción, algunos círculos empresariales y financieros pensaron que Ciudadanos podría ser un útil sustituto mientras aquél tratase de regenerase uno años en la oposición.

Ciudadanos podía servir en cualquier caso para moderar al PSOE en una eventual alianza, evitando así que los socialistas tuvieran que depender de la "izquierda radical" de Podemos, auténtico anatema para "los mercados".

Se intentó ya aquello en una primera ocasión, pidiendo a los de Podemos que se sacrificasen en bien del interés nacional, pero los de Pablo Iglesias no mordieron y su negativa a aceptar el pacto que les servían ya hecho obligó a nuevas elecciones, que ganaría el PP de Mariano Rajoy.

Mientras tanto siguió agudizándose el conflicto catalán, que culminó en una declaración, simulada o real, de independencia, y Rivera se dedicó a competir en patriótico centralismo con el PP mientras arrojaba al infierno al PSOE de Pedro Sánchez, acusándole, sin prueba alguna, de complacencia y aun de complicidad con el separatismo.

Después ya sabemos lo que pasó: moción de censura contra Rajoy, varios meses de gobierno de transición de Pedro Sánchez y nuevas elecciones que dieron como ganador al líder socialista aunque necesitado del apoyo de otros partidos para poder formar gobierno.

Al no bastarle el de Podemos, en franca caída sobre todo por sus divisiones internas, necesitaba también el PSOE la abstención bien de los independentistas, bien del PP o Ciudadanos, dos partidos de ninguna manera dispuestos a facilitarle la tarea.

Y Ciudadanos, renunciando a los que había dicho que eran sus principios, no hizo ya remilgos a aliarse con el PP de todas las corrupciones, sino que aceptó incluso la muleta de la ultraderecha franquista, desoyendo las advertencias que le llegaban de dentro y de fuera.

El resultado grotesco de todo ello es una serie de pactos municipales y autonómicos cuyo único objetivo era evitar que pudieran gobernar los socialistas aunque hubiesen obtenido en muchos casos la mayoría. Toda una burla de la democracia que Ciudadanos seguramente acabará pagando.

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