De repente, y como un jarro de agua helada, nos comunican ayer que había fallecido el magistrado que lo fue de la Audiencia Provincial de Alicante, Alberto Facorro Alonso. Y cuando te comunican estos golpes secos en la vida de la muerte de una persona querida y respetada, como lo fue Alberto, piensas que no puede ser verdad. Porque todavía lo ves ahí. Con su carisma personal, con su seguridad a la hora de decidir y resolver lo que había que hacer en cada momento.

Porque a Alberto no le temblaba el pulso cuando había que hacer lo que tiene que hacer un juez: decidir. Y lo tenía claro cuando veía las pruebas encima de la mesa. No dudaba. Y, o era blanco, o era negro. Pero Alberto transmitía mucha seguridad cuando ejerció de juez. Por eso, su jubilación, igual que la de otros excelentes magistrados que han impartido justicia en Alicante, fue muy sentida. Porque con su carácter, su carisma, sus conocimientos y la seguridad con la que los reflejaba en el papel hacía fácil la difícil función del juez de hacer justicia. Y, además, lo que es de agradecer siempre, lo transmitía a las personas que con él trabajaban. Estuve con él 12 años en la AP de Alicante. Y Alberto es de esas personas insustituibles. Y lo digo en presente. Como si no hubiera muerto. Porque Alberto Facorro lo único que ha hecho ahora es irse a otro lugar. Pero no está muerto. Porque las personas como él no mueren. Simplemente, se van a otro lugar, desde donde pueden ver lo que hacemos. Y ahí estará siempre para su familia. Totalmente localizado. Porque la vida debe tener una especie de «nube», como lo hace internet, para los que se van y nos dejan. Porque estas personas no mueren. Cambian de lugar. Y Alberto está en otro lugar. Y seguro que mucho mejor. Para que quien quiera contactar con él lo pueda hacer. Y si él pudiera más de una bronca adicional le daría a alguno de los que no hacen bien las cosas. A Alberto Facorro Alonso lo tendremos ahí siempre. Te fuiste para esperar a los tuyos solo. Gracias por todo Alberto. Te queremos.