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Toni Cabot

La atalaya

Toni Cabot

Un patiment

Sé que Valdano acuñó el término «miedo escénico» para describir una situación singular, aquella que retrataba a los rivales indefensos y hundidos frente al rugido de miles de aficionados que abarrotaban el Bernabéu, predispuestos a vivir una ambiciosa hazaña de sus jugadores, en busca de restituir el honor dañado por una goleada encajada unos días antes. Pero también sé que tal acepción fue captada del vocabulario de García Márquez, que no encontró mejor forma para describir en dos palabras lo que sentía cada vez que tenía que hablar en público. Así que si el argentino usó y varió a su gusto la «patente» del colombiano, ahora seré yo quien utilice a mi conveniencia idéntica construcción para proyectar un sentimiento convertido en epidemia. Sí, constatado, miedo escénico, una especie de pánico que bloquea a todo aquel que siente el Hércules de manera especial y que, acostumbrado a lo largo de tantos años a sufrir una desgracia en cada esquina, queda paralizado por el pavor a que le rompan de nuevo la crisma justo cuando roza por fin la felicidad completa, cuando, tras vivir infinidad de sinsabores, se ve por fin a salvo. Ese mismo miedo escénico que palpé en la primera eliminatoria ante el Barakaldo entre periodistas y aficionados volví a percibirlo de cerca el pasado sábado en las inmediaciones del estadio Las Gaunas de Logroño, a donde cada uno de los numerosos hinchas que se acercaron a saludarnos acudía con la misma cantinela: «Estoy cagao». Todo ello, intuyo, como consecuencia de la sombra de la desgracia que ha perseguido al Hércules, cuya trayectoria no anda sobrada de plácidos paseos por la competición.

La historia no es nueva. Recorre ahora la grada del Rico Pérez como lo hizo en Bardin o en La Viña. No hace mucho me lo recordaba Berta Bertomeu, viuda de Juan Antonio Navarro, «Navarrito», aquel fino central herculano que reforzaba la zaga en los años cincuenta. « Un patiment, tota la vida patint. Siempre con el miedo en el cuerpo viendo que no llegábamos a buen puerto, siempre sufriendo... uff, eso es el Hércules, un patiment».

En todo caso, ahora resulta oportuno puntualizar que es la sombra del pasado la que conduce a presagiar alguna desgracia, nada que ver con la realidad de hoy, que presenta como principal argumento, al menos en los últimos tiempos, a un Hércules solvente, aguerrido y bien trabajado, sobre todo defensivamente, capaz de caminar con paso firme. En resumen, confiable. Nadie sabe lo que pasará ante la Ponferradina en estas tres últimas horas de competición que restan para la meta, pero sí flota en el ambiente la unánime sensación de que hay combustible para llegar a la cumbre. Gasolina de la buena aportada por la experiencia de Falcón, Juli y Chechu; por la sobriedad del canterano Samuel como complemento del ordenado quehacer de Pablo Íñiguez -como no podía ser de otra forma siendo sobrino del empresario Juan Roig-; por la sacrificada labor en las bandas del renacido Adrián y del incisivo Juanjo Nieto; por la arquitectura de Diego Benito, la multifuncionalidad de Miranda o la vocación atacante de Alfaro, Benja y Carlos Martínez. Sí, claro que hay mimbres para el cesto. Pero tampoco nos equivoquemos. Ni por esas desaparecerá en la grada el famoso patiment. Ciertas costumbres nunca cambian.

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