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El indignado burgués

Somos tontos, pero ¿tanto se nos nota?

Cuando el fragor de la batalla electoral deja paso a las conversaciones públicas y privadas para cuajar pactos y repartirse carguitos los políticos nos toman por tontos. No es ninguna sorpresa, porque año tras año se repite la misma historia, tan cíclica y previsible como la emigración de los flamencos (los rosas y de cuello largo, no las de faldas de lunares y los de camisas atadas sobre el ombligo). Lo que me fastidia de verdad es ese mantra tan falsario de que no les importan los sillones ni los sueldazos, que sólo pactarán después de llegar a acuerdos sobre los programas. Mentira. ¡Mentira!

Como no me gusta utilizar palabras de hace menos de doscientos años no hablaré de postureo, que no recuerdo yo que lo mencionara Galdós cuando diseccionaba genialmente los pesebres de la Administración y sus covachuelas. El resto ya lo hemos visto. «Quid pro quo, Clarice», que le proponía Hannibal Lecter a la chica de los zapatos baratos del FBI con la que se le hacía la boca agua (literal). Tú me das, yo te doy y luego cantamos milongas, parloteamos de los puntos programáticos en que nos hemos puesto de acuerdo y acudimos al interventor en busca de información sobre lo que vamos a cobrar los próximos cuatro años. Y si nos parece poco, ya nos lo subiremos, que no hay un interés más desinteresado ni un punto en el que se pongan de acuerdo como repartirse el botín de los presupuestos. Por supuesto para proteger y servir al ciudadano, es decir, a usted señora Engracia. Son más buenos que el pan con jamón de Jabugo.

A estas alturas todo el pescado estará ya vendido, pero para que conozcan los entresijos (y las gallinejas) de estas tenidas masónicas de los partidos ya les cuento yo de qué van estos contubernios. De momento hay dos niveles: reuniones públicas en una mesa a la que invitan a hacer fotos a los gráficos y luego privadas, que son las que valen, en sitios secretos y discretos. Habrán oído a coscoporro que el objetivo de todos es el bienestar del hombre y la mujer de la calle y no resolver sus miserables vidas sacrificadas al servicio del bien común. O sea, acordar programas, calendarios, actuaciones y tal y tal.

No se crean nada: el punto primero es tú vas aquí y yo voy allá y como Fulanito no nos gusta a ese que le den y tendremos que resolver la vida de Zutanito que es protegido de los de arriba. En esa discusión no se tarda más allá de dos minutos, que las cosas están clarísimas desde la noche electoral si los números cuadran (y si no, los cuadramos a martillazos).

Olviden todo lo que les cuenten de cordones sanitarios, o que yo con la ultraderecha ni muerto o con los separatistas ni al bar de la esquina. Depende. ¿Qué más da si sirven para aderezar el guiso? Lo verdaderamente importante es ocupar el sillón y dar cobijo a los nuestros, que todos piden de comer abriendo el pico como una nidada de gorriones hambrientos (por favor, no me cambien el término y lo sustituyan por «gorrones», que ya me fastidiaron el titular de la semana pasada. Como dice un amigo del gremio con mando en plaza, los periódicos impresos son maestros en no pillar erratas reales, pero sí en cargarse todos los juegos de palabras).

Los gorriones o los gorrones son objeto del punto dos del orden del día: ¿Cuántos asesores nos reserváis?, porque una vez colocados los primeros espadas, los banderilleros y los picadores, urge saber qué hacer con el puntillero y el chulo de toriles y el mozo de espadas y el que lleva la toalla y el vasito de plata con la Macarena. Ya, que no hay cama pá tanta gente... ¿Pues no se dice que la política es el arte de lo posible? Apretaros, coño, que al fondo hay sitio y donde comen diez comen veinte o servimos lentejas que son baratas y cunden mucho.

Y una vez situada la cuadrilla queda por ver el reparto de despachos, las habitaciones con vistas, el uso de los coches oficiales, las secretarias que podemos traer de aquí y de allá, los puestos de confianza, el chico o la chica de la prensa, los puestos en los consejos de administración de empresas públicas y asimiladas y el reparto de competencias, que nunca se basa en qué sé yo de eso sino de cuanto provecho voy a sacarle a la cosa. Que a lo mejor no queda bonito poner en tu tarjeta que eres concejal de Hacienda, o de obras y servicios o del cementerio, pero conozco más de uno que se retiró con los garbanzos resueltos tras pasar por tan aburridos departamentos.

Y luego se toman unas cañas hasta llegar a los cantos regionales y la exaltación de la amistad mientras piensan (es un decir) qué van a decirles a los ilusos electores. De eso se encargan los chicos de comunicación, que mientras los próceres se divertían cambiando cromos, se rompían el colodrillo para explicar lo inexplicable, en una prueba más de que Iker y su Nave del Misterio tienen aún muchas singladuras por hacer.

Y así es y así se lo hemos contado. Otra vez hemos caído como pardillos. Nos han tomado el pelo y nosotros tan contentos. Buenas noches y saludos cordiales.

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