Hay libros que dejan una marca imborrable, cuya lectura te atraviesa. Que describen aquello que nadie quiere contar. Que ponen voz a víctimas de la indiferencia, silenciadas, a las que nadie escucha. Libros que recorren, entre palabras, los lugares más recónditos del alma, que a veces también son los más dolorosos y crueles. En definitiva, hay libros que, de forma valiente, ponen nombre aquello que no lo tiene ni nadie se atreve a nombrar.Se dice que sobrevivir a un hijo es lo peor que le puede pasar a una madre o a un padre. Que el ser humano no está preparado para ello. Que lo natural es lo contrario, es decir, que los hijos vean morir a los padres algún día. La pena por la pérdida solo la puede describir quien la ha vivido. Pero mientras la pérdida por un ser querido que se va de forma natural se supera, cuando se produce por la marcha de alguien que no debía desaparecer, superarlo parece casi imposible. Nuestra lengua es una de los más ricas de la humanidad. Tenemos palabras para describir casi todo, también en torno a la muerte: a la mujer que pierde al marido, viuda; o al hijo que pierde al padre, huérfano. Sin embargo, no tenemos palabra que defina a la madre o al padre que pierde a su hijo o hija. Y si la forma de perderlos es porque se quitan la vida, la ley del silencio impone un duelo aún más silencioso. El suicidio es innombrable. Vivimos de espaldas al drama de quien decide quitarse la vida. Nos es invisible e indiferente. El suicidio constituye la principal causa de muerte no natural. Y no nos afecta porque hemos construido una sociedad que no repara en el sufrimiento de los demás, de quien se va y de quien se queda. El suicido es un tabú, construido bajo la influencia de la moral judeocristiana que entiende como un pecado el apropiarse de la vida propia. Te nombro no es solo una novela. Es un testimonio, es una reivindicación en sí misma en la que la autora, Dolors López, escribe dedicándolo a la hija perdida, al tiempo que se detiene y describe paso por paso su proceso de duelo que demasiadas veces parece un sufrimiento infinito. Aunque asfixiada por el dolor y por la pena, la autora nos habla de una realidad acallada, con la voz clara. Y lo nombra.