Estamos a las puertas del verano y muchas localidades de nuestro país se preparan para recibir la visita de turistas nacionales y extranjeros, que aumenta considerablemente en los próximos meses. Pero existe otro fenómeno que se intensifica en las mismas localidades cuando llega la temporada estival: la venta de falsificaciones.

La distribución y venta de falsificaciones hace un daño difícilmente reparable tanto a los fabricantes -titulares de marcas-, como al comercio de nuestro país. Según datos recientes de la EUIPO, comercio y marcas pierden cada año en España el 10,6% del volumen total de sus ventas debido a los productos falsificados, lo que se traduce en 6.766 millones de euros anuales. Unas pérdidas que repercuten directamente en la generación de riqueza, en los impuestos que van a parar en el bienestar de la sociedad, en la creación de valor y, cómo no, en el empleo. Cada año, perdemos en España 53.467 puestos de trabajo por culpa de las falsificaciones.

Estos datos, que son verdaderamente alarmantes, parece que no calan en la mente del ciudadano o turista que quiere lucir un reloj o un bolso de lujo «iguales que los de marca, pero mucho más baratos», justificándolo en que así compensan el margen que ganan los fabricantes al pagar la marca, cuando la verdad es que ese precio ha sido fijado teniendo en cuenta la innovación, la creatividad, salarios y Seguridad Social, impuestos, locales, fábricas o talleres, publicidad, materias primas de primera calidad, pruebas, registros de marcas y patentes? Otros compradores encuentran justificación a su acto ilícito en que, comprando esos artículos, están ayudando a los vendedores ambulantes a vivir, cuando la cruda realidad es que se trata de una actividad que está gestionada por mafias que explotan a los trabajadores ilegales y que sirve para financiar el crimen organizado.

En ocasiones, como ciudadanos o consumidores, las grandes cifras se nos escapan y nos cuesta dibujar en nuestra cabeza lo que suponen 6.000 millones de euros o más de 53.000 empleos. Pero hay algunas razones para no comprar falsificaciones que se acercan más a nuestra realidad o que podemos sentirlas más de cerca:

Las falsificaciones hunden al comercio local. Ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia y las localidades costeras, se convierten en un hervidero de mantas donde se exhiben estos artículos que compiten de forma desleal con el comercio que paga sus impuestos. Los comerciantes -nuestros vecinos- tienen que ver cómo venden productos falsos delante de su puerta, sin pagar tasas, ni alquileres, sin crear empleo y sin generar valor.

Los productos falsificados no tienen ningún tipo de garantía. No pasan ningún control de calidad, ni seguridad y pueden poner seriamente en riesgo nuestra salud. Para muestra, un botón: productos falsos como juguetes, cosméticos o gafas de sol pueden ser tremendamente peligrosos.

Además, la seguridad de los ciudadanos se pone en riesgo desde otro punto de vista. Las calles y paseos marítimos de España se vuelven intransitables cada verano debido a la ocupación ilegal del espacio por vendedores ambulantes ilegales. Una sobresaturación del espacio público que puede convertirse en una tragedia si se produce una emergencia u otro desencadenante.

Por último, comprando un producto falsificado, renunciamos a nuestros derechos como consumidor. Comprando en el mercado ilícito el consumidor pierde su derecho a reclamar la devolución de su dinero o la reposición de un producto en las condiciones óptimas para su consumo.

En ese sentido, el consumidor debe actuar de manera responsable. Existen alternativas más razonables a la compra de falsificaciones en su entorno cercano. En su ciudad, provincia, o comunidad autónoma siempre habrá empresas que elaboren productos de calidad, totalmente seguro por haber pasado todos los controles. Por ello, comprando productos auténticos no sólo nos beneficiamos como consumidores de un producto satisfactorio, beneficiosos para nuestra salud, sino que, además, estaremos ayudando a nuestro tejido industrial y comercial y, sobre todo, estaremos diciendo no al crimen organizado que se esconde tras la venta de falsificaciones.

Las administraciones locales han de abordar la venta ilegal de falsificaciones como lo que es: una actividad ilegal controlada por bandas organizadas, que instalan focos de economía sumergida en las principales calles de nuestras ciudades, ocupando ilegalmente el espacio público, que es de todos. Los ayuntamientos deben elevar el nivel de concienciación de sus ciudadanos y de los turistas que les visitan, advirtiéndoles del gran perjuicio que provocan las falsificaciones a la economía local, a la sociedad y a su seguridad. Deben de ponerse del lado de los comerciantes y de las marcas, impidiendo la comisión de infracciones administrativas y delitos. Sólo así conseguiremos la imagen de ciudad y de país que queremos ver nosotros y que debemos dar a los turistas.