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Déjame de leches

Expresiones en desuso del castellano clásico

Viene al caso lo que sigue ahora que la Real Academia ha abierto al público las cajitas (o gavetas) donde dormían el descanso eterno las palabras fenecidas del español. Mi artículo de la semana pasada comenzaba así: “Volvía yo en coche a casa tras haber participado en una merendola que celebraba el cumpleaños de un mi nieto”. La primera persona que lo leyó, ya me reconvino: “¿Qué es esto de ‘un mi nieto’? Será ‘un nieto’ o ‘mi nieto’. Siempre estás con estas expresiones que nadie usa, eres un antiguo”. Tenía razón: siempre estoy con estas expresiones que ya apenas nadie usa.

Así lo entendió el equipo de corrección de INFORMACIÓN que dejó la línea así: “que celebraba el cumpleaños de mi nieto”, comiéndose el “un”. (A los correctores - yo mismo lo fui- y correctoras del periódico no les tengo más que agradecimiento, quede constancia. Su labor evitó mil desmanes míos). Pero resulta que yo había escrito “de un mi nieto” con plena consciencia, adrede, tras haber evaluado otras posibilidades. Tengo dos nietos. “Uno de mis nietos” me sonaba a provecto patriarca rodeado de numerosa tercera generación. “Un nieto mío”, lo mismo. De manera que me decidí por el artículo indeterminado, el posesivo y el sustantivo: “un mi nieto”.

¿Usé una expresión incorrecta? Pues no. Y a las pruebas de autoridad paso a remitirme. Leo en “El Conde Lucanor” de Don Juan Manuel (siglo XIV): “… que lo diesse a un su fijo”. Leo en la estupenda “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz del Castillo (XVI): “… y enviar con ello a un su amigo que se decía Peña con sus cartas secretas”. Leo en el “Guzmán de Alfarache” de Mateo Alemán (XVII): “Éste lo descubrió a un su amigo, de manera que pasó la palabra hasta venirlo a saber”. Escribe Cervantes en la 1.ª Parte del Quijote: “Acomodóse asimesmo de una rodela que pidió prestada a un su amigo y, pertrechando su rota celada…”. Y dice en la 2.ª: “Apartóse Roque a una parte y escribió una carta a un su amigo a Barcelona, dándole aviso como estaba consigo el famoso don Quijote de la Mancha”. Ya en el XIX, Galdós cita una “Carta primera de un vecino de Madrid a un su amigo” en su novela “Napoleón en Chamartín”. Y en la “Historia de los heterodoxos españoles” de Menéndez Pelayo leo “por la muerte que dió alevosamente a un su tío”.

O sea, que la expresión “de un mi nieto” la amparan altas plumas españolas. ¿Antiguo? Cambio pelo a pelo el chauchau pormoderno que sufro a diario por el castellano clásico. ¿Me habrían corregido mis adorados correctores follower, influencer, post, trending topic, community manager, feedback, cool, target, hipster, it girl, crowdfunding... y demás vocablos ingleses harto innecesarios pero ya hoy corrientes? Seguro que no. Es lo que hay, es lo que toca: pero permítanme mi libertad clásica. Hasta Alfonso Sastre (ya en el XX) escribía en “La sangre y la ceniza”: “¿No es así, señor Sargento, o sargento mío, o como se diga -que no estoy muy versado en tratamientos militares?”.

Por no hablar de la anécdota con la que cierro hoy y que escribió Juan Benet recordando su paso por las llamadas “Milicias Universitarias”, donde, entre otras cosas, se vio “obligado a contar los huevos que contenía un enorme canasto de mimbre”. Dice así: “Ante el miramiento con que, temeroso de romper uno, inicié la operación, el sargento me reprendió: ‘Está visto que nunca has contado huevos’. ‘No, sargento mío’. ‘Te he dicho mil puñeteras veces que no me llames sargento mío, que parece cosa de maricones; a la próxima te mando a la preven’. ‘Está bien, pero sepa que está permitido, y a veces es aconsejable, colocar el pronombre detrás del sustantivo’. ‘Déjame de leches y a ver si aprendes a contar huevos’ ”. Añadir más, ocioso sería… que dice un mi amigo.

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