Si no se produce ningún milagro de última hora, todo parece indicar que vamos a tener otros cuatro años de alicantinismo en sesión continua. La posibilidad cada vez más cercana de que el Partido Popular controle la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Alicante es para la Generalitat de izquierdas una incómoda versión política del clásico «si no quieres caldo, toma dos tazas» y nos anuncia a los ciudadanos una nueva legislatura en la que el enfrentamiento sistemático con València seguirá siendo el argumento principal de los líderes conservadores alicantinos.

Vaya por delante una afirmación de Perogrullo: al contrario de lo que piensan algunas mentes privilegiadas de la capital del Regne, el alicantinismo no es una extraña patología psiquiátrica que afecta a casi todos los políticos de la terreta y que hace que saliven de odio cada vez que alguien pronuncia delante de ellos la palabra València. El alicantinismo es un sentimiento real en una provincia, que desde la creación del gobierno autonómico ha sufrido la incomprensión y la falta de sensibilidad de la mayor parte de los políticos del Cap i Casal, más interesados en consolidar sus espacios de poder en la capital del Turia que en meterse en la ingrata aventura de explorar un territorio bronco y desconocido. La sensación de agravio está justificada y se ve confirmada por los inexplicables castigos en las inversiones públicas a una tierra que, a través de sectores como el turismo, la industria y la agricultura, hace una importante aportación al PIB de todos los valencianos.

Por desgracia para todos nosotros, no va a ser ese el tipo de alicantinismo que vamos a ver a lo largo de la legislatura que está a punto de comenzar. La experiencia de la etapa de César Sánchez al frente de la Diputación nos puede servir de anticipo para saber lo que se nos viene encima y nos dice que los defensores de esta doctrina no tienen ni el más mínimo interés en reivindicar justas mejoras para los habitantes de la provincia. Esta modalidad de alicantinismo es una productiva industria política, que permite a sus promotores construirse una brillante carrera personal esgrimiendo el espantajo del «València nos roba» como plato único de su menú ideológico. Cualquier observador espabilado puede comprobar rápidamente que los practicantes de este cantonalismo de baja intensidad no dedican ni un segundo de sus discursos a los problemas que puedan sufrir poblaciones como Dénia, Alcoy, Cocentaina, Elda o Torrevieja. No hay ni el más mínimo espacio para la periferia provincial. Se trata básicamente de sustituir el centralismo de València por el de Alicante capital. No estamos ante una oleada de reivindicación ciudadana, estamos ante un movimiento de ciertas élites conservadoras capitalinas, que han convertido la queja permanente en un efectivo instrumento de batalla cada vez que en la Generalitat se instala un gobierno progresista.

El asunto va más allá de la mera estrategia política. En el fondo de esta corriente de opinión subyace un fenómeno apenas disimulado por fina capa de corrección política: la descalificación frontal del sistema autonómico, que es al fin y al cabo la fórmula de gobierno que se ha dado a sí mismo este país y que ha contribuido de forma notable a su modernización y a la mejora del nivel de vida de sus habitantes. La perspectiva de la Diputación y del primer Ayuntamiento de la provincia poniéndole trabas sistemáticas a cualquier iniciativa del Consell resulta preocupante para un territorio que obtiene de la Generalitat la mayor parte de sus inversiones públicas y que no está en condiciones de desperdiciar oportunidades.

Al alicantinismo le pasa lo mismo que al colesterol: lo hay del bueno y lo hay del malo. Lo realmente puñetero del asunto es que entre pitos y flautas nos tiraremos ocho años padeciendo la peor versión de esta sustancia política. La salud de esta provincia empieza a resentirse con tanta exhibición de frentismo, de gobiernos paralelos y de decisiones tomadas en clave de bronca permanente con València. Alguien debería hacer un esfuerzo de reflexión y olvidarse de las épicas defensas de la alicantinidad para empezar a pensar en los problemas reales de las personas que viven en la provincia.