Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La mirada que escucha

El pasado día 1 de mayo, en un programa de la Ser, entrevistaron a Carlinho Brown, entre bromas, música y cordialidades. A mí me resultó muy agradable conocer el concienzudo trabajo que ha hecho para mejorar la vida de los vecinos de su barrio, (donde no había ni agua corriente), así como percibir su contagiosa vitalidad y escuchar los alegres ritmos que emprendía a golpe de inspiración súbita, y que llenaron mi mañana de buena marcha y de ilusión.

En un momento dado, y sorpresivamente para mí, el locutor le preguntó a Carlinho por sus pinturas, que están exponiéndose en Madrid estos días, y entonces el artista contó que su padre era pintor de brocha gorda y solía lamentarse de que le pidieran que pintara las paredes de colores lisos, porque lo que él hubiera querido pintar eran figuras o paisajes a todo color. Y por lo visto una parte de ese deseo de su padre se le coló adentro, y un buen día empezó a pintar, escuchando los sonidos del mar y canturreando.

El caso es que a lo largo de la conversación dijeron que este músico jolgorioso y optimista ha llamado a su exposición de pintura: «La mirada que escucha», y al oír esta combinación tan hermosa y poética de conceptos y palabras, me dió un verdadero vuelco el corazón. Seguramente porque justo hace una semana estuve dando un curso en una escuela infantil madrileña en el que hablamos de la escucha, eje del vínculo entre el maestro y cada uno de los niños. Veíamos la escucha como un modo privilegiado y respetuoso de acercarse a ellos y a sus particulares mundos, de manifestar interés por sus vidas, sus deseos, sus sueños, de relacionarnos afectivamente de persona a persona...

En ese contexto una de las maestras comentó que trabajaba con niños muy pequeños que aún no hablaban, y que su mirada puesta en ellos también era una especie de escucha, porque le permitía observarlos, entenderlos, acompañar su evolución y quererlos. Conjugamos entonces varias posibilidades de formular esta idea: escuchar con la mirada, miradas escuchadoras, escuchando con los ojos...

¡Lástima no haber conocido antes el acertado nombre de la exposición de Carlinho Brown! Resume totalmente lo que queríamos expresar: que hace falta una mirada cuidadosa y amable sobre cada niño para conocerlo, para que despliegue con libertad sus potencialidades y para que se sienta bien.

Recientemente hablar de escucha en la escuela es bastante habitual. Por un lado por las reflexiones de Loris Malaguzzi, pedagogo italiano, que hablaba de la Pedagogía de la escucha; por otro, por la sensibilización cada vez mayor de los maestros hacia el acompañamiento y la cercanía a sus alumnos, y por supuesto por la creciente toma de conciencia de la importancia de todo lo referente al mundo emocional en las relaciones educativas. En otros tiempos también se hablaba de la escucha en relación con la escuela, pero entonces el que siempre escuchaba, o había de hacerlo, era el alumno, y el que siempre hablaba era el maestro, representando al saber, a la sociedad, a la moral, a la ley. Era una escucha para aprender. Ahora lo que se intenta es que el niño esté situado en un lugar con voz propia y que el maestro escuche lo que sus alumnos tienen que decir. Y ésta es una escucha diferente, una escucha para comprender.

Es como si por fin hubiéramos descubierto que hablar, escuchar y estar atentos a los demás es el modo de lograr una auténtica comunicación que presidirá nuestro encuentro o desencuentro con las demás personas. Pero toda comunicación requiere una escucha, un «otro» a quien contarle, a quien darle la confianza de saber de nosotros. Un «otro» que nos haga de reflejo, que nos aporte su mirada, que nos ayude a entendernos, que nos acompañe y nos corresponda con sus propias palabras, en el saludable movimiento recíproco de hablar y escuchar que caracteriza las relaciones humanas. Y cuando hablamos de la relación entre un adulto y un niño pequeño, esta reciprocidad habrá de venir precedida por la acogida abierta y la escucha generosa a todas las expresiones del niño, que acaba de llegar al mundo y necesita ser bien recibido para entender, entenderse, situar su entorno afectivo y dedicarse a crecer a manos llenas.

Así que no he podido por menos que relacionar estos dos sucesos, porque cuando Carlinho hablaba de la mirada que escucha, bautizando así el sentido de sus pinturas, lo que hacía (creo yo), era darnos pistas de su intento de volcar tanto en los lienzos, como en las partituras su fuerte sentimiento de alegría de vivir, su tremenda fuerza y deseo de cambio, y sus sueños de armonía disfrazados de trompetas carnavaleras.

¡A ver si tomamos nota los maestros y recorremos los territorios de la mirada y de la escucha en la misma onda que Carlinho! Podríamos escuchar cosas tan bonitas como esta breve conversación que copio del diario de clase:

Ignacio: Voy a ir a un colegio con piscina imanizada.

Javi: Será imatizada.

Ignacio: Bueno, sí.

Javi: ¡Ay!, pues yo me iría contigo a ese colegio.

Ignacio: Lo dices por la piscina, ¿verdad?

Javi: No, lo digo por ti.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats