La sociedad actual se está acostumbrando a vivir a 200 km/h en todos los órdenes de la vida. Todo el mundo tiene prisa para conseguir ya las cosas y los objetivos. Hace muchos años nos enseñaron que hay que labrarse bien cada meta que uno tiene en la vida, e ir poniendo cemento sólido en los proyectos y objetivos para que se alcancen estos. Aprendimos que para construir el edificio es preciso ir construyéndolo desde los cimientos y que estos sean fuertes y bien asentados en el suelo, a fin de que el edificio, luego, no se venga abajo.

Sin embargo, en la actualidad existen prisas por conseguir las cosas y se tiene una mentalidad cortoplacista para llegar a los objetivos, y sin construir bien esos cimientos, lo que lleva a la larga a que el edificio se derrumbe y se venga abajo. Cuando a la gente le ofrecen un trabajo, o lo consigue, se quieren ganar ya muchos miles de euros, o se pregunta más por ello que por los objetivos que se pretenden con su concurso en el trabajo, o que se espera de su aportación. Se pregunta más por lo que se va a ganar que por el horario de trabajo y lo que se espera de él. Se pregunta más por las vacaciones que por el día que se debe empezar, y por lo que se tiene que hacer.

La sociedad ha cogido la mala costumbre de actuar mucho más rápido que antes. De correr a una velocidad para la que no se ha construido su motor, lo que da lugar a que muchos coches se salgan de la carretera y se estrellen, y a que los objetivos no se acaben consiguiendo, porque en otras ocasiones se comunique que existe exceso de velocidad en la forma de conducirse en la vida y te sancionen con una multa por esta infracción. Y ello, porque la gente no asume, o no es consciente, de que los objetivos no se consiguen por ir más deprisa, sino por hacer las cosas bien, y poner las bases de los proyectos con fortaleza y sentido.

Está claro, por otro lado, que una vez que hemos puesto bien estas bases viene luego la agilidad en la forma de actuar. Pero ya no se estará actuando desde la precipitación, sino sobre la base de la certeza de que se podrá correr cuando nos hayan dado el visto bueno para ello, pero siempre justo a la velocidad permitida. Es decir, a la prudente para darnos cuenta de si podemos estar cometiendo un error, o que nos dé tiempo a rectificar si podemos equivocarnos en ese recorrido que debemos hacer.

En materia de siniestralidad vial siempre ha existido la polémica de la velocidad máxima que había que fijar para poder circular en vías rápidas. Y algunos se quejan de que poseen buenos vehículos que podrían ir más rápido de lo permitido, lo que es cierto. Pero no se trata de tener un cuerpo, unas capacidades, o un vehículo con el que ir más rápido, sino de respetar las normas que se ponen para todos. Además, estos límites siempre se ponen con una velocidad que se estima apropiada para tener tiempo para rectificar, lo que no se podría llevar a cabo si la velocidad fuera mayor, aunque el instrumento con el que se conduce tuviera capacidad para ir más deprisa. Lo importante en estos casos es, pues, conseguir un equilibrio entre la velocidad que se ha puesto como razonable para hacer las cosas y la prudencia suficiente para no excedernos en lo deprisa que nos gustaría ir.

Frente a ello hay personas que nos desesperan en lo lento que conducen un vehículo y en lo lento que trabajan. Y esta actitud, o conducta, también provoca problemas, aunque en sentido contrario, porque tardar más de lo aconsejable en hacer las cosas también causa perjuicios. Y no vale la excusa aquí de que hay que hacerlo bien, porque esta es la que utilizan los lentos para justificar sus retrasos en conseguir los objetivos, cuando, al final, se tarda en hacer las cosas, además de por ir lentos, por no invertir y dedicar el número de horas en trabajar o estudiar lo necesario para conseguir esos objetivos.

En consecuencia, se trata de ajustar el ritmo de las cosas a las necesidades de cada objetivo y de pautar las velocidades a lo que se nos permite, y a lo nos exige, el sentido común. Sabiendo que cada uno de nuestros objetivos requiere de su tiempo y que los plazos no deben ser ni largos ni cortos, sino los que sean necesarios para hacer las cosas y hacerlas bien.