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Ramón Pérez

Como decíamos ayer

Ramón Pérez

Los años que vivimos peligrosamente

El club alicantino inició por todo lo alto la Ley Bosman. Sin mesuras

Un nigeriano, un ruso, un italiano, un austriaco, un peruano, un francés, un portugués, dos argentinos, dos croatas y tres yugoslavos. En el vestuario del Hércules de la 96-97 había más nacionalidades que en la ONU. El club alicantino inició por todo lo alto la Ley Bosman. Sin mesuras. Tampoco se quedó corto el añorado Club Deportivo Logroñés porque en la caseta del viejo Las Gaunas convivían -amén de los españoles- cuatro uruguayos, dos serbios, dos brasileños, un alemán y un japonés. Nobuyuki Zaizen fue el primer nipón de nuestra Liga, pero Lotina no le vio hechuras ni para darle un dorsal. No llegó a debutar, pero tiene un cromo para presumir. Ni qué decir tiene que tanto el Hércules como el Logroñés ocuparon los dos últimos puestos de aquella Liga de las Estrellas más numerosa que nunca. 22 equipos por primera y última vez. No le demos ideas a Tebas. Excesos aparte, alicantinos y riojanos protagonizaron durante años muchos episodios de aquel fútbol que dejaba atrás el bigote y daba paso a algo que realmente nunca supimos qué era. En noviembre de 1995, un bote de cerveza alcanzó la cabeza de un linier en una visita del Logroñés al Rico Pérez que se saldó con un rotundo 5-1. Pavlicic, goleador aquel día, tiró la camiseta a la grada tras el partido. Cinco mil pesetas le reclamó el club. «La seguiré tirando cada vez que ganemos en casa», amenazó el croata. David de la Hera, que también anotó un gol y que se vio obligado por Pavlicic a arrojar la camiseta a la afición, se lamentaba sin remedio: «Me va a buscar la ruina». En noviembre de 1997, con ambos de vuelta en Segunda, un penalti en Las Gaunas a favor del Hércules desencadenó una oleada de protestas que ahora ni siquiera enfocarían las cámaras de televisión. Ya saben, todo debe ser idílico. Un directivo del Logroñés saltó al campo e intentó agredir al árbitro. En el túnel varios jugadores le dijeron que «merecía una paliza»; el presidente, más comedido, sólo le dijo que no debía pitar más. Aquellos excesos noventeros dejaron muy tocados a ambos clubes. Los riojanos cayeron en el más amargo de los olvidos, el Hércules capeó el temporal y sigue vivo. Ayer llegó a Alicante un Logroñés distinto. Sin el bigote de Abadía, sin su enigmático escudo de la Estrella de David judía, pero con cierta mística. Se adelantó, pero enfrente tuvo a un Hércules que no dio opción.

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