En el marco del proyecto europeo Urban Audit, desde finales de los años 90, la Comisión Europea, en colaboración con la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), viene recopilando información estadística sobre indicadores urbanos para conocer la calidad de vida de sus principales ciudades. En España, esta recogida y sistematización de datos corresponde el Instituto Nacional de Estadística (INE), a través de 171 variables y 62 indicadores distintos, comunes a 900 municipios de los que se extrae esta amplia información.

Entre las numerosas variables que se analizan se encuentran las de carácter económico, incluyendo tasas de desempleo, así como rentas medias anuales de hogares, por habitante o por unidades de consumo, entre otras, siendo habitualmente las que tienen mayor difusión en los medios de comunicación. Así, se ha venido destacando cómo los municipios con las mayores rentas per cápita de toda España en el año 2016 se situaban en la zona noroeste de Madrid, multiplicando por cuatro a los que tenían una menor renta por habitante y año, todos ellos en Andalucía. En el mismo sentido, también los menores niveles de paro se situaban, básicamente, en los mismos municipios con mayores niveles de renta, con tasas inferiores al 10%, mientras que los municipios con menor renta por habitante son los que concentran también las mayores tasas de desempleo, que en muchos casos superan el 26%, hasta alcanzar el máximo del 32,8%, un lamentable récord que encabeza el municipio jiennense de Linares.

Nacer y vivir en una u otra ciudad determina, de esta forma, no solo las condiciones de vida y las oportunidades que una persona tendrá a lo largo de su vida, sino que marcará de manera decisiva sus opciones vitales, desde su nacimiento hasta su muerte. Es algo que se comprueba, de manera espectacular, al comparar la esperanza de vida que tienen los habitantes de las ciudades más ricas de España y con menor desempleo de la zona noroeste de Madrid, que superan los 85 años, frente a la que tienen quienes viven en los municipios con menores niveles de renta y con mayor desempleo, todos ellos en Andalucía, en torno a los 80 años. De esta forma, una mayor o menor disponibilidad de recursos, en las personas y en los municipios, marcará la vida, la calidad de vida y hasta la duración de esa vida en cada una de las personas, construyendo así una geografía de la desigualdad en España que estos indicadores urbanos muestran de manera contundente.

Por ello, hay que insistir, una y otra vez, en que este aumento en la desigualdad que vive la sociedad española está abriendo una importante brecha entre unas provincias y otras, entre unos territorios y otros, dañando la cohesión social y teniendo efectos corrosivos sobre la credibilidad del sistema para aquellos que la sufren. Hablamos de una desigualdad injusta porque limita las oportunidades de desarrollo de amplios grupos sociales, nefasta porque daña las capacidades económicas y de vida de los más pobres, condenable por los devastadores efectos que genera en las sociedades y dañina por las perturbaciones que alimenta sobre el futuro. Un buen número de autores coinciden en destacar que la profundidad de los procesos de desigualdad en nuestras ciudades y barrios está deshilachando nuestra sociedad, generando rupturas espaciales y territoriales cuyos efectos tardarán en superarse.

Naturalmente que todas las cartografías estadísticas que se están construyendo aportan una información valiosa sobre la distribución de la renta y la riqueza, pero es en la información cualitativa y de detalle donde tenemos que detenernos para conocer aspectos ignorados para buena parte de nuestros responsables políticos y gobernantes, algo que no proporcionan la mayor parte de los informes estadísticos que se elaboran. Porque los sectores más desfavorecidos que en mayor medida sufren la desigualdad se concentran también en determinados barrios de nuestras ciudades, que se convierten así en entornos sociales empobrecidos. En estos barrios se multiplican los problemas, las carencias, las situaciones de marginalidad, el desempleo, las violencias de todo tipo, en definitiva, la ausencia de alternativas y de futuro para sus habitantes. De tal forma que el deterioro social de sus gentes se acompaña también de un deterioro urbano progresivo, como un factor más de la desigualdad que sufren.

El espacio urbano alberga las estrategias de vida y supervivencia de las personas y familias más vulnerables que los habitan, pero al mismo tiempo forman ecosistemas sociales complejos dotados de sus propios códigos. Naturalmente que hay que romper el círculo de la pobreza y la exclusión en las personas que más sufren la desigualdad, pero también hay que actuar sobre estos barrios que también están excluidos y olvidados, como parte de esa estrategia de lucha contra la desigualdad, mejorando su habitabilidad y ayudando con ello a una mejor convivencia. Sin olvidar taponar la brecha corrosiva abierta en el acceso a derechos básicos, en la equidad, así como en la participación social y política.

De manera que, si queremos construir una mejor sociedad, disponer de ciudades mucho más habitables y cohesionadas, tenemos que reducir la desigualdad y redistribuir mejor lo que tenemos. Si no lo hacemos, el precio que pagaremos será muy doloroso.