De entre las cosas favorables que tuvo el magnífico desfile del 75 Aniversario de la Fiesta, me llamó especialmente la atención la recuperación de los trajes antiguos de las comparsas, algunas de ellas desaparecidas hace décadas. Y más si cabe, el detalle de que se nos mostrara la curiosa evolución del atuendo de alguna de ellas, como fue el caso de la de Cristianos.

Sin embargo, ver desfilar a uno de los participantes con el traje de una de las extintas hace décadas, me ha traído a las mientes un recuerdo desde luego que intrascendente, pero quizá oportuno en estas fiestas de aniversario.

Paseando por la Avenida Reina Victoria en dirección a la de las Acacias hace unas semanas, me detuve a la altura del edificio que se encuentra antes de la intersección de ambas calles llevado por una intuición. Concretamente, ante un pequeño local en los bajos de dicho edificio, con signos evidentes de llevar años cerrado, pero que en sus tiempos de actividad siempre me atrajo por el mismo recuerdo.

A pesar de las dificultades que para la visión representan el tupido cierre en forma de fuelle, así como el polvo percudido en los vidrios de sus puertas, conseguí atisbar su interior totalmente desmantelado. Ni siquiera se encontraba la gran rueda de carro que a primeros de los 70 colocaron como ornato los festeros de aquella comparsa efímera, alumbrada como consecuencia del enfado de unos comparsistas con su directiva, y que por un tiempo constituyó una de mis favoritas por lo atractivo de su traje para un niño como era yo entonces.

Me estoy refiriendo a los Caballeros del Cid. Que, además de la cota de malla y capacete empenachado, lucían un escudo de Elda bordado en la sobrevesta de terciopelo verde, a la altura del pecho, con una cadenita que, de hombro a hombro, pendía por debajo de él. Atavío que -según me cuentan- han tenido que confeccionar nuevo para al desfile conmemorativo, al haber sido imposible localizar uno originario.

Recuerdo ver de niño aquella gran rueda iluminada, cuando en fiestas me asomaba a su sede o cuartelillo situado en ese local, al reclamo de la banda de música que los acompañaba.

Después de que los bizarros caballeros lo abandonasen, se instaló un bar cuyo titular tuvo el gusto de llamarlo «Mesón el Cid», sin duda en recuerdo de ellos. Años más tarde pasó a ser «Mesón el Mejillón» hasta que cerró. A pesar de esos avatares, la rueda aún siguió allí durante muchos años, como inconsciente testigo de quienes la colocaron. Creo que pocos vecinos y parroquianos sabrán de este episodio. Cuando me asomé el otro día ya no estaba, claro. Hubiera constituido un azaroso homenaje al 75 Aniversario. O sea.