Colonia Requena es un barrio multiétnico y marginado de la Zona Norte de Alicante. Los políticos alicantinos ni conocen ni quieren conocer ni a sus gentes ni los problemas que padecen.

Ciertamente por las calles del barrio ya no hay perros famélicos y vagabundos que malmueran en el desamparo. Afortunadamente, se han hecho grandes avances en protección de los animales.

No obstante, no faltan otros problemas. Otros problemas de perros y perras. Por ejemplo, hoy, soleada mañana de 4 de junio, enfrente del bar El Loro, con clientes de vestidos blancos por el fin del Ayuno del Ramadán, una muchacha vomita en un recodo de la acera: «Es la Paqui. Seguro que baja de visitar a la Eusebia». Eusebia es una humana de menos de 72 años, que aparenta más de 90 y que todo el mundo sabe que cualquier día de estos se morirá igual que se morían las perras sarnosas en otro tiempo.

«En enero ya se murió Ascensión. Tenía 90 años, pero no se murió por la edad. Se murió por soledad, por abandono, entre excrementos e inmundicias. Llevaba dos días sin conocimiento, hasta que los vecinos, temiendo lo peor, avisaron a la policía, que la encontraron tendida en un viejo sofá lleno de porquería. A los dos días falleció, un problema menos para el Ayuntamiento».

La Asociación de Vecinos está indignada e impotente. Eusebia está diagnosticada como esquizofrénica crónica. En Urgencias de Psiquiatría, el 27 de marzo se informaba que había sido trasladada por sospechas vecinales de fallecimiento; cuando es, incomprensiblemente, devuelta a domicilio, en el parte se dice: «...la casa está en condiciones de abandono absoluto con higiene deficiente» que, en cristiano, significa: No hay agua corriente. La paciente defeca en una lata. La basura se acumula por doquier. La hediondez es insufrible. La insalubridad afecta al conjunto del vecindario. La miseria y la pertinencia provocan el vómito súbito.

Es cierto que Eusebia ha recibido ayuda. Hace un tiempo, un «morito» anónimo, quizás conocedor del hadiz islámico de que «una mujer fue al infierno por haber dejado morir de hambre y sed a su gata», se apiadó de la vieja perra enferma y le llevaba de beber y comer, y la liberaba de sus propios excrementos. Pero Eusebia no está bien de la cabeza y rechazó la presencia del «morito» el día que este le dijo que las pastillas de medicación debía tomarlas de una en una y no de cuatro en cuatro.

Fue entonces cuando apareció la Paqui, que tiene una modesta panadería en un barrio pobre. Y que le sube de comer y beber. Y que también la libera de alguna inmundicia hasta que le sobrevienen las arcadas y tiene que bajar a la calle a vomitar.

En las instituciones nadie vomita. Cuando alguien menciona el Estado de Derecho, por el marginado barrio se creen que se trata de alguien con porte de concejal o de jefe de servicio municipal que filosofan sobre sus salarios mensuales. Por no citar el Estado del Bienestar, que más bien toma cuerpo de conseller, de ministro o de alto magistrado que se reúnen en despachos nobles para fabricar grandilocuentes discursos. Por supuesto, tan sacrificadas tareas les impiden absolutamente visitar las hediondas pocilgas de barrios deprimidos, donde hay una cierta tendencia al vómito súbito y donde los perros y perras con sarna del boyante siglo XXI malmueren ignorados, abandonados y solitarios entre basura, pestilencia y tristeza.

En esta historia, una de tantas de un barrio marginado y excluido, la Asociación de Vecinos sólo expresa su reconocimiento al «morito» anónimo y a la Paqui, que son un verdadero muro de resistencia contra la desintegración de la dignidad humana.

Pero, por favor, no nos vaya usted a vomitar ahora.