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Alicante y la «dolce vita»

Hubo un tiempo en que la provincia de Alicante reunió todos los elementos que conformaron la ascensión y caída de la burbuja inmobiliaria. El espacio que separa Dénia y Pilar de la Horadada se convirtió en el teatro perfecto donde poner en escena un drama en tres actos: el antes, el durante y el después de la mayor crisis económica de la edad contemporánea. Suelo a mansalva para edificar; dos grandes cajas de ahorros regionales jugando al Monopoly; gobiernos proclives a disfrazar de logros propios la especulación de los mercados; empresarios locales bregados durante décadas en los tejemanejes del ladrillo; e intrusos aspirantes a su admisión en el club de socios de la dolce vita. Alicante Golf, el campo de la Playa de San Juan acorralado por un enjambre de urbanizaciones, constituyó el ejemplo perfecto de aquella borrachera. Promovido por un tiburón del sector y financiado por la CAM, cerca del mar y a 20 minutos del centro de la capital, las clases altas se encontraban a gusto en el barrio y las medias acabaron convencidas de haber ascendido en la escala social. En el último acto de aquella tragedia, el tsunami de la crisis arrambló con todo. Las cajas de ahorros desaparecieron, parte del suelo se llenó de escombros, muchas empresas quebraron y los intrusos regresaron pelados a su actividad económica de origen. Hasta los gobiernos cambiaron de color. Alicante Golf terminó bajo el paraguas del Sabadell, luego de Solvia y ahora de El Plantío, sociedad con domicilio de Alicante, propietaria de otro campo y (por fin), se supone, con conocimientos para rentabilizar el siete bajo par. Casi ningún elemento anterior a la crisis continúa en su sitio. El terremoto económico ha generado otro decorado (dicen) menos incauto y arriesgado. Pero ojo, que algunos vuelven a oír a la Tierra temblar.

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