Visto lo visto, en breve y ante el Consejo Ciudadano Estatal con « Ave Caesar, morituri te salutant» será la fórmula que usará Alberto Rodríguez Rodríguez para tomar posesión de su nuevo cargo como secretario de Organización de Podemos. Espero que el juramento lo realice sobre la Constitución y no sobre la hipoteca que recae sobre el chalet, de más de 600.000 euros, de la Sierra de Madrid ocupado en la actualidad por Pablo Iglesias e Irene Montero. Y es que el líder de Podemos está dejando cada vez más claro que ocupar cargos cercanos a él no están exentos de peligro, de un grave peligro. Basta con recordar a Juan Carlos Monedero, Albano Dante Fachín, Carolina Bescansa, Guillermo Zapata, Salvador Aguilera, Íñigo Errejón, Ramón Espinar y Pablo Echenique, por nombrar a los más conocidos, todos ellos aplastados por el poder absolutista de su secretario general, todos alejados de la primera línea política por sus diferencias con el todopoderoso Iglesias.

La formación política de Podemos cada vez más se parece a aquellas de las que tanto renegaban en un pasado muy cercano. Los podemitas alardeaban de ser la primera formación política española donde sus dirigentes eran elegidos en primarias, con los votos directos de los militantes e inscritos. Acusaban a Rajoy de ser nombrado a dedo por Aznar y siempre han ido exigiendo higiene democrática a todos sus rivales políticos. Quizá esté equivocado y hoy en día también sus cargos orgánicos sean elegidos democráticamente. Y es que como ahora el secretario general y la portavoz y secretaria de acción entre congresos viven bajo el mismo techo y sabedores de que controlan a nueve de los catorce miembros de la ejecutiva, se sienten legitimados para tomar decisiones orgánicas en casa. Mientras preparan la cena y se sientan a degustarla pueden decidir a quién dejan caer y a quién aúpa en tal o cual cargo. Y si con un poco de suerte los pequeños duermen, ellos también descansarán sintiéndose seguros de que no peligra, de momento, el sillón sobre el que se recuestan.

Volviendo a Alberto Rodríguez, habrá aprendido y, ante el riesgo que corre al asumir su nuevo cargo, será una marioneta y se limitará a poner voz al pensamiento único del matrimonio Iglesias-Montero. O por el contrario veremos al Alberto Rodríguez el diputado más fotografiado de la investidura de 2015 por su peculiar peinado con rastas y barba de varios días. Al tinerfeño más votado en Vistalegre 2. Al mismo Alberto que en el Congreso de los Diputados, con una oratoria exquisita y muy emotiva, se despidió de un diputado del PP con el que había colaborado, durante mucho tiempo, en comisiones parlamentarias. El diputado de Podemos sabe que, con Pablo Iglesias, autocrítica la justa y crítica a la dirección de podemos ninguna. También sabe que, si su sombra hace temblar al líder, puede que tenga que volver como operario a la refinería de petróleo, trabajo que desempeñaba antes del 15 M. Evidentemente las decisiones, los caminos a recorrer, sólo los elegirá él y por sus hechos lo conoceremos.

Cada vez que veo la situación actual de Podemos, con la pérdida de casi un millón de votos, 29 diputados, siendo prescindibles en casi todos los Ayuntamientos de los pueblos y ciudades del territorio español y todo aliñado con un Pablo Iglesias repartiendo responsabilidades a diestro y siniestro, no puedo evitar que un amago de desilusión y desencanto recorra parte de mi cuerpo, de mi ser. Es, cuando inevitablemente y de forma recurrente, recuerdo la canción -20 de abril del 90- de Celtas Cortos, aquella que en su estribillo decía: «¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo,/ las risas que nos hacíamos antes todos juntos?/ Hoy no queda casi nadie de los de antes,/ y los que hay/ han cambiado, han cambiado, sí». Dicen que el poder, la avaricia y la codicia arruinan la condición humana; aunque me cueste y me niegue creerlo, posiblemente tengan razón.