Cada desfile de la Media Fiesta, mi tío Fernando me indica que le resulta incomprensible que haya siempre tantos cortes, y más en desfiles tan pequeños.

Y cada vez que me lo advierte, yo intento darle una explicación. Que si es para diferenciar el comienzo y el final de cada comparsa; que si es con el propósito de que los sones de las bandas no se crucen e interfieran en la audición de los distintos bloques de escuadras; y en ese plan. Pero mi tío, que es muy perspicaz, siempre contesta de la misma manera: ¿Y por qué se va parando entonces la cabecera del desfile? Y ahí ya, me desarma.

Porque, por más vueltas que le doy, no encuentro una razón lógica para ello. No hay obstáculos que vayan entorpeciendo su marcha; no hay -que yo sepa- horarios que cumplir puntualmente en cada tramo so pena de sufrir una sanción por no hacerlo, como ocurre en la «madre patria» Alcoy; y no hay que esperar -que yo sepa- a nadie. La cabecera puede marchar a ritmo constante y sin parar hasta completar el recorrido, y habrán de ser los que la siguen (comparsas) los que se acomoden a ese ritmo.

Al hilo de ello, también observo algunos factores que no sé si tendrán incidencia o no en el asunto, pero que indudablemente están relacionados con él. Por ejemplo, los «jefes» u «organizadores» de los desfiles. Hay muchos. Los hay «generales» -de la Junta Central- y «particulares» -de las comparsas-; dejando aparte que también los hay «para que los vean» y «para trabajar». Y a veces ocurre que sus órdenes resultan contradictorias. Por ejemplo, un jefe dice a un bloque o escuadra arre, y otro, acto seguido, so. E incluso mientras un jefe general -pongamos por caso- dice so, otro particular, a la vez, dice arre. Y viceversa. Y eso, creo, puede contribuir a que existan pequeños desajustes que al cabo de las horas se convierten en auténticos abismos.

Y luego están los festeros «exhibicionistas». Que con tal de destacar a su escuadra ante el público, o su arte dirigiéndola, la remansan y se recrean en la suerte. Sin reparar en que, unas horas después, el espacio que mantiene con «lo» de delante ha aumentado. Y eso, multiplicado por€ ¿cuánto? Nos da un resultado -espacios- preocupante.

La consecuencia es clara. El paciente espectador, que -no nos engañemos- es el destinatario de las entradas y desfiles, a pesar de que algunos puristas tengan un planteamiento ontológico al respecto -el festero desfila para sí mismo-, acaba abandonando la butaca hastiado por las esperas. «Mañana veré el resto».

Bromas aparte, creo sinceramente que se trata de un problema endémico que hay que considerar seriamente, pues admite soluciones. Aunque también un síntoma de un problema estructural que llevan arrastrando las Entradas desde hace lustros, y que tarde o temprano habrá que abordar.

Del magnífico desfile del 75 Aniversario de la Fiesta del domingo pasado se pueden sacar algunas conclusiones muy útiles. ¿No crees, tito Fernan? O sea.