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El "Brexit" es para los de Manchester

Ya habrán descolgado a estas horas en el King Harry la pancartona de las copas de Europa, para quitarle la interrogación que seguía a las cinco 'orejonas' y cambiarla por la sexta, con el 19 escrito encima. Y eso que despejar aquella incógnita silueteada en blanco sobre fondo rojo, luciendo media pared en el bar de la esquina de Anfield Road con Blessington, no parecía la preocupación mayor de la parroquia tras cada partido en Anfield, semanas atrás, comparada con los placeres inmateriales que el cántico coral de salmos en el abrevadero aporta al espíritu. Solo unas horas antes de que Mo Salah terminara de sacudirse a Sergio Ramos de encima, pateando con saña y con un año de retraso, el historietista Seth Gallant proclamaba allí cerca, entre libros de ferial en El Retiro, que la nostalgia es como una industria de moda.

Un empeño en explotar el mercado de la melancolía en escaparates llenos de souvenirs de cualquier tiempo pasado, que siempre fue mejor si tu último título de la Premier data de cuando ni se llamaba Premier, ganaste la última Champions cuando Gerrard, Mascherano y Xabi Alonso empezaban a afeitarse y en el siglo en curso acumulabas dos intentos fallidos de recuperar el trono continental. Entre salmos a la tradición ochentera y ofrendas a Kenny Dalglish, puertas doradas y estatuas honoríficas, memoriales trágicos y turistas orientales grabando el himno en el móvil, entre sollozos, Jurgen Klopp había llegado a Anfield predestinado a renovar la industria edulcorada de la nostalgia 'red', descargando una actualización 6.0.

Fracasó su primer intento en Kiev, el año pasado, de resultas de un parche equivocado en la portería, pero antes de acertar con el segundo ya tenía el alemán medio Liverpool a sus pies, y la leyenda "The Normal One" serigrafiada bajo su careto en la ventana del King Harry, despidiendo hinchas beodos. Había esta vez como una premonición. Energía positiva con Jaime Webster el bardo pastoreando a la horda roja por las más selectas plazas europeas en una especie de campaña "anti-Brexit" (el "Brexit" es para los de Manchester, rezaba la pancarta inspirada en los cuartos de final), con el "Dirty Old Town" de The Pogues tuneado en himno a Virgil Van Dijk, que junto a Alisson Becker forman la pareja más barata de la historia del fútbol mundial. Fueron 160 millones de total a pagar, que con la morterada del Barça por Coutinho salió a devolver; sin recurrir a la ingeniería financiera como cualquier jeque árabe o magnate del ladrillo. La sexta predestinada se adivinaba en el grupo de wasap de los Gijón Reds, al término de la ida de semifinales en el Camp Nou: aquel escueto y rotundo "Pasamos seguro" que Carlos escribió desde Cimavilla en el chat de la peña cuando Dembélé pifió el 4-0 en el último segundo y sin portero.

Para el supuesto trámite de la vuelta, Salah se vistió en la grada de Anfield con un enorme "Nunca te rindas" a medio camino entre el conjuro y la advertencia, y en Gijón tuvo la precaución Stephen, liverpuliano de origen con casa en Valdedios, de reservar para dormir en el camping de Deva. Con un 3-0 por levantar y Messi mediante, él ya sospechaba que aquella noche bien podía acabar en mandanga. Stephen fue de los que este sábado se lanzó a la conquista de Madrid sin entrada. Oficialmente no hay noticias suyas desde entonces, como cuando John Rambo salía de misión en la jungla y se ocultaba en la espesura. Con salvaguarda de honores a los Spurs de Pochettino -gratitud infinita a su perfil bajo de presión- la final soñada era contra el Ajax. Todo el peso de la historia antigua cayendo a plomo en el horno Metropolitano sobre la nostalgia propia y el modernismo ajeno, festejando el año 1 del VAR.

Un duelo en la cumbre entre el que mandó a casa al Barça y el que se cepilló al Madrid; cartel que para equidistantes de corazón se aproximaría al nirvana. Este año te vitoreaban Castellana abajo si salías a correr con la camiseta del Liverpool, la mañana siguiente al córner del 4-0, como el pasado te habría traído Quim Torra en persona a hombros de vuelta de lo de Kiev. Informan fuentes de crédito que el conserje del edificio de ladrillo (rojo, por descontado) frente al Wizink Center, antes Palacio de Deportes, es un acérrimo madridista que habrá pasado el fin de semana sumergido con deleite en la orgía red, contagiado por el fervor de los salmos tuneados y rememorando en veinte tomas de cámara el córner de alevines y el gatillazo de Dembélé. A nuestro hombre le habrá sonado el sábado de algo aquel calvo moreno mandando la medular del Liverpool (¿Robinho?... ¿Fabinho? ¿dónde habrá visto él antes esa cara?) y el remate de zurda en el 88 que puso al grabador de la orejona a afilar el punzón igual le recordó al mejor Van Basten. Habrá llamado entonces a un amigo que tiene en la DAOARIF, la División Aerotransportada de Ojeadores Astutos para la Reconstrucción del Imperio Florentino, y les habrá avisado de que Origi es el hombre.

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