El fin del bipartidismo y la entrada en los tiempos de la segmentación política nos lleva a que, después de cada proceso electoral, los resultados obtenidos disparen las incertidumbres. Quien piense que tras las pasadas elecciones locales, todo se resolverá con la elección del nuevo alcalde y la formación de su equipo de gobierno municipal se equivoca, porque la conformación de las candidaturas, la propia campaña electoral, así como el peso que ha obtenido cada una de las fuerzas políticas en las urnas, determinan un escenario tan complejo como variable que se prolongará, sin duda, a lo largo de los cuatro años de mandato.

Durante mucho tiempo se ha mantenido la tesis de que las elecciones locales se jugaban en clave municipal, de manera que ese factor de cercanía y conocimiento vecinal desempeñaba un papel esencial en el voto. Pues bien, posiblemente hayamos asistido a una de las elecciones locales en las que, en mayor medida, han interactuado elementos en clave supramunicipal, como la importancia de un voto útil particularmente hacia el PSOE, la hipotética resurrección de un PP en descomposición, el fallido liderazgo de la derecha que Ciudadanos pregona, la pérdida de rumbo y de peso político de Podemos, la forma en que Compromís aguantaba el tirón o la emergencia de la ultraderecha de Vox. Los resultados de hace una semana tienen que tener en cuenta estos factores, que han interactuado con mayor intensidad que otras cuestiones. Solo así se puede entender que un partido nuevo como Vox, con propuestas delirantes, que ha utilizado más tiempo para rechazar a colectivos sociales que a explicar sus ideas, haya obtenido los mismos concejales que Compromís, una fuerza política con años de trabajo y trayectoria.

Pero no solo los resultados marcarán el futuro de las posibilidades de la nueva corporación que se constituya dentro de unos días en el Ayuntamiento. También la campaña electoral ha marcado, con claridad, las posibilidades de sus candidatos y de las fuerzas políticas que las respaldan. Luis Barcala ha conseguido detener el declive del PP y superar a un PSOE que aparecía con serias oportunidades de lograr la victoria, aunque la formación de su candidatura haya abierto heridas muy profundas en su partido que veremos hasta qué punto se curan o reaparecen en el futuro.

Mientras tanto, el PSOE ha llevado a cabo una campaña repleta de tropiezos en la que los errores, los egos y los disparates de Francesc Sanguino no han parado de generar sorpresa y malestar en numerosos colectivos de la ciudad. Hasta llegar a motivar una airada respuesta de la patronal hotelera de la ciudad hacia uno de sus muchos desatinos, expresados con ligereza por un candidato que si algo demostró es que carece de cualidades básicas y de conocimientos esenciales sobre Alicante, sobre la Administración pública y la política. Lejos de aprovechar el viento favorable que el PSOE cosechó en las elecciones generales y autonómicas de hace un mes, antepuso sus egos particulares al explicar una y otra vez cuestiones personales y familiares absurdas, en lugar de hacer propuestas efectivas sobre la ciudad y sus gentes, algo que no pasó desapercibido entre dirigentes socialistas que asistieron a mítines en los días previos a la cita con las urnas. Pero todo este disparate aumentaba en sus declaraciones, afirmando sin inmutarse que su proyecto era para veinte años o cuando anunciaba, como proyectos estrella, propuestas inadecuadas que los ingenieros se encargaron de desacreditar, como el soterramiento en la fachada litoral o un innecesario Palacio de Congresos defendido por Ángel Franco.

Pero no nos engañemos, Francesc Sanguino, que con su trayectoria política errática se ha mostrado como un buscacargos, es el fruto de Franco, quien no ha parado de rechazarle en privado, y de Ximo Puig, quien con su nombramiento demostró su desapego con esta ciudad, una vez más. Desde hace demasiado tiempo Alicante no importa a los socialistas valencianos, y este candidato es una buena prueba de ello. Alguien que el pasado domingo, tras unos resultados electorales que le situaban por detrás del PP y con cinco mil votos por debajo de los que recibió la candidatura de Borrell al Parlamento Europeo, viendo alejarse las posibilidades de reeditar el tripartito, se manifestaba «muy feliz», demuestra que no entiende nada de política. Y lo que es peor, evidencia que en torno a su figura será muy difícil articular la reconstrucción que el PSOE necesita en la ciudad y mucho menos una buena oposición. Pero esa es la voluntad de un Ángel Franco que solo quiere seguir manejando los hilos del partido y del presidente Ximo Puig, quien sigue sin entender sus responsabilidades políticas sobre el futuro de esta ciudad.

Naturalmente que la valoración de los resultados obtenidos por Compromís y Unidas Podemos merece también atención, ya habrá tiempo para ello. Pero un apunte para terminar. Diecinueve candidaturas distintas se presentaron a las elecciones locales en Alicante, de muchas de las cuales no escuchamos una sola palabra sobre la ciudad. Algunas de ellas estaban encabezadas por personas que han sido amparadas, e incluso retribuidas con sueldos y favores públicos por grandes partidos. Bien harían estos en no crear monstruos que pretenden seguir viviendo de una política a la que denigran.