Utilizando un símil futbolístico, si en las elecciones del 28A, el PSOE se jugaba la liga y la copa, en las del 26M se trataba de ganar la Champions. Madrid no es España, pero es la capital y nadie puede obviar la carga simbólica que tiene. Así, los resultados de la capital han arrojado cierta decepción. A pesar de que la lista de Más Madrid fuera la más votada, la suma de la izquierda no da; es difícil entender la escisión de Podemos; es difícil asumir que las tres derechas -a pesar de sus malos resultados- estén dispuestas a formar unión; es difícil también entender el cordón sanitario que Ciudadanos le ha impuesto al PSOE pero no a Vox.

La posibilidad de pactar con Vox, partido de extrema derecha, es una irresponsabilidad que no se concibe, especialmente fuera de nuestras fronteras. El lunes por la mañana escuchaba en una tertulia radiofónica a la corresponsal francesa del diario Les Échos y a un corresponsal alemán, expresar su sorpresa de que en España los partidos de la derecha se plantearan, sin pestañear, formar alianzas de gobierno con Vox, legitimándolos, blanqueándolos, normalizándolos. Sobre la excusa de su escasa representación, recordaban estos periodistas que, en los años 80, el Front National de Jean-Marie Le Pen era un partido minoritario; el pasado domingo, el partido Rassemblement National, de Marine Le Pen puso en un brete al gobierno de Emmanuel Macron, quien apela a una alianza europea junto a Pedro Sánchez para frenar a la extrema derecha. Pese a las diferencias o matices que pueda haber entre Vox y los partidos de extrema derecha europeos, lo cierto es que sus colegas miran a los neofranquistas, así les llaman, esperando ampliar el frente europeo. Que no nos quepa duda, si Manuel Valls se ha opuesto a cualquier alianza con Vox para formar futuros gobiernos en España es porque conoce bien Francia, y más allá de los Pirineos, lo del cordón sanitario a la extrema derecha se lo toman en serio, aunque para ello sea necesario romper con Ciudadanos. Albert Rivera no lo tiene fácil, muchas son las voces que alertan de que una alianza con Vox, no sólo es peligrosa para la convivencia en nuestro país, sino que puede marcar el rumbo de su partido de cara al futuro.

A pesar del buen resultado cosechado por el PSOE en las elecciones municipales del 26M -véanse los ejemplos de Dénia, Jávea o Elche- sentimos cierto sabor agridulce al no haber ganado en las grandes urbes del Sur -Torrevieja y Orihuela-, y mostrar más debilidad en la superpoblada Vega Baja. Esa hubiese sido la otra Champions y, por ello, coincido con el análisis que hacía Pere Rostoll el martes en este diario. Parece que la Vega Baja resiste y se resiste, manteniendo cierto equilibrio de bloques. Es la comarca que materializa los «descosidos del Sur» y una cierta lejanía en el imaginario colectivo. No es fácil plasmar aquí un sentir que combina hechos objetivos con cierta subjetividad propia de las zonas limítrofes. La Vega Baja, conglomerado de municipios entre Alicante y Murcia, tan cerca y tan lejos, refleja las complejidades de ese entre-dos tan frecuente de las reflexiones identitarias.

La política es el arte de gestionar dificultades y es también y sobre todo una continuada labor de gestos y símbolos. Esa constante labor de pedagogía, de acercamiento del Consell en el día a día de la ciudadanía de la comarca de la Vega Baja seguirá siendo necesaria y positiva. En esa lista de gestos y símbolos para «coser el territorio», para descentralizar las instituciones y reforzar la implicación de los territorios del sur con y en las políticas del Consell, la periodista Raquel André Durá proponía en La Vanguardia llevar, por ejemplo, la Academia Valenciana de la Llengua a Alicante u Orihuela. Si hace unas semanas, Podemos apuntaba un cambio de escenario para el próximo acuerdo de gobierno y sugería un Pacto del Montgó, si el primer acuerdo de gobierno se llamó el Acuerdo del Botánico, que pertenece a la Universidad de Valencia, ¿por qué no reeditarlo, por ejemplo, en la Universidad de Santo Domingo? El edificio de la antigua Universidad de Orihuela alberga hoy el colegio de Santo Domingo y también aloja una Sede de la Universidad de Alicante. En ese edificio estudiaron Miguel Hernández, cuya casa también se encuentra en los aledaños, y Gabriel Miró, para quien el lugar fue fuente de inspiración para sus obras. Tras cuatro años de gobierno del Botánico, ha quedado demostrado que la estabilidad de gobierno entre diferentes partidos ha sido una realidad de convivencia y crecimiento en la Comunitat Valenciana. ¿Por qué no elegir este escenario simbólico, el de la segunda Universidad más antigua de la Comunidad, fundada cuarenta años después que la de Valencia, para continuar la senda de tejer, compartir y reforzar complicidades?