No hay cosa que más me contraríe que iniciar la promoción contra un equipo del norte. Aún recuerdo los viajes con el Hércules a Oviedo, Gijón, A Coruña, Bilbao, Donostia o Éibar; si ya malo era perder, de postre un incómodo y largo viaje de vuelta jurando en arameo. Mi desplazamiento más odiado era Éibar, campo pequeño donde el portero norteño sacaba de puerta directo a nuestra área, y once gudaris que seguro inventaron las pilas Duracell, incansables, tenaces, faltas al borde del código penal. Basta decirles que empatar allí ya era un triunfo, y mira por donde, un clásico de 2ª se está convirtiendo en un clásico de 1ª, ahí están, en ligas mayores, este año han terminado en el puesto 12.

Pues sí, Murphy actúa, nos ha tocado un clon, el Barakaldo, tosco más ordenado, sin demasiada calidad técnica pero suplida con la insistencia de los que saben que la suerte en el fútbol existe. De nada vale decir que el presupuesto del Hércules se acerca a los 3 millones, y el del Barakaldo no llega al millón, aunque, al menos, este año no hemos fichado mal, y en enero los jefes se han dejado la pasta, señal de que hasta en el fútbol se acaba aprendiendo la regla que he predicado toda mi vida, cumplir el decálogo no garantiza el éxito, pero incumplir alguno de sus mandamientos es sinónimo del fracaso más absoluto.

Como buen viejuno que soy, rememoro el pasado cada vez más, pero si buenos son los recuerdos, bienvenidos. Cuando el Hércules subió de 2ª B contra Las Palmas, hace ahora 26 años, estábamos mi mujer y yo en Benidorm pasando el finde con nuestro hijo recién nacido, y no lo pude evitar, me cogí el coche y me vine a mi casa de Alicante porque el partido se retransmitía por la recién creada televisión alicantina. Luceros se quedó pequeño, yo creo que allí empezaron a sufrir los caballos, el mejor prólogo de unas Hogueras, y no está de más recordar a una leyenda, el mudo, Eduardo Rodríguez, que en el campo no es que hablara, es que gritaba, sólo 40 goles entre Liga, Copa y Promoción.

Algunos años más tarde, y con mi hijo Guillermo cultivando una edad del pavo apasionante, nos fuimos a Irún, Hogueras de 2010, y allí nos ganamos el derecho a entrar nuevamente en el Olimpo del futbol. Como era de esperar, nada más pitar el final, el chaval salta una pequeña valla y se reúne en el campo con cientos de alicantinos que allí se habían desplazado. Sólo tardó media hora en volver donde yo estaba, y ¿saben qué traía entre sus manos como si fuera una reliquia? Pues eso, un cuadrado de 5x5 cms de césped que me apresuré a guardar para evitar posibles broncas. Por cierto, el que marcó el primer gol, fue un tal Portillo, ¿les suena?

Poco nos duró la alegría en casa del pobre, al año siguiente, después de una primera vuelta fantástica, llegamos a estar en novena posición, los problemas económicos con Trezeguet, Valdez y otros de distinta índole con Drenthe, cedido por el Madrid, dieron con nuestros huesos en 2ª en una rápida bajada del ascensor. Habituados a las bajadas, seguimos el camino hasta los avernos, donde sentamos plaza, y ahí seguimos, con las esperanzas pletóricas a principios de temporada y esperpentos al final, un año tras otro.

Hete aquí, cerca de las Hogueras de 2019, dato importante por la historia, empezamos otra vez a soñar y vuelve como protagonista secundario mi hijo Guillermo, sí, ese que cuando juega el Hércules en casa y él se empodera del Fondo Norte, si pierde, mi mujer, el perro y yo nos escondemos donde podemos, evitamos cualquier conversación relacionada con el fútbol y nos acostamos pronto aunque no tengamos sueño para evitar pesadillas.

Con decirles que el jueves pasado tuvo que viajar a Berlín con gente de la empresa liderada por Nicolás Quiles, visionario que practica el reparto equitativo del capital y del trabajo, y le dije a mi mujer y al perro con gestos entendibles, que tendríamos un finde tranquilo pasara lo que pasara en el Rico Pérez. Mentira, hoy, 26 años después, un hombre cabal, me he dado cuenta de que en sus genes tiene la misma enfermedad que su padre, y si no, vean la foto que acompaña este artículo en el aeropuerto camino de la puerta de Brandenbugo.

En otros tiempos hubiera dicho que Kelme fuera quien vistiera a nuestro club, o que Manolo Mateu, el que acompaña a mi hijo, elchero irredente, era poco menos que sonrojante, si bien hoy lo único a lo que aspiro es a volver a jugar contra el Elche, y no precisamente en Segunda División B.

Y encima vuelve de Germania para sentarse, bueno, es un decir, el domingo en el Rico Pérez. Dios pille confesados a esta familia, pase lo que pase. A por ellos.