Como aún no he perdido los buenos modales tradicionales, les deseo a todos buenos días, o buenas tardes o buenas noches. Además les deseo, de corazón, que tengan un buen día o que lo hayan tenido. No sé muy bien si estos tratamientos tan elementales siguen en vigor, o simplemente se han ido por el desagüe de la educación básica.

No me negarán que en los últimos tiempos saludar al entrar o al salir de un lugar donde hay más personas empieza a ser algo inusual. Y no digamos utilizar fórmulas universales de cortesía como pedir las cosas por favor y añadir unas gracias.

Si nos vamos a situaciones donde tiene que intervenir la cortesía molesta, es decir, tener que levantarse del asiento para cederlo a alguien, se puede convertir en algo grotesco, porque el que está sentado se hace el sueco para seguir disfrutando de sus comodidades adquiridas de pleno derecho. Hasta tal punto ha llegado este último extremo que las leyes, siempre vigilantes de la buena educación, fuerzan a que se ceda el asiento a determinados colectivos que lo necesitan más.

Entre los buenos modales de los que antaño era impensable no cumplir, uno muy singular y llamativo es mantener el sombrero o la gorra en la cabeza cuando se entra en lugares cerrados. O la forma de sentarse, ya que siempre se ha luchado por mantener la compostura, es decir, estar sentado en cuatro y evitar recostarse o repanchigarse. La nueva puesta en escena de los buenos modales para los hombres es sentarse de manera adecuada pero con las piernas juntas, porque si se espatarra ocupa mucho espacio, molesta a los vecinos de asiento y se considerará un micro machismo.

Uno de los buenos modales más extendido y dificultoso se centra en una de las piezas más visitadas de la casa, el excusado. Parece ser que no todo el mundo sabe para qué sirven las tapas del váter. La primera tiene como función básica que no salgan malos olores y que no se vea el estado de su interior. La segunda es fundamental para sentarse de forma cómoda, tanto hombres como mujeres.

Pero el verdadero problema surge cuando los hombres, que no necesitan sentarse para miccionar, únicamente levantan la primera tapa dejando la segunda expuesta a las gotitas o chorritos que se esparcen como regueros, dejando todo empantanado. Y, al final, la acción más habitual y universal en el retrete es la de dejar las tapas abiertas al mundo. La buena educación requiere de pocos esfuerzos, aunque para algunos resulte imposible.