Atrás han quedado las campañas propagandísticas, las consignas, los mítines, las promesas electorales. Ahora se van a consumar pactos, se están fraguado alianzas para gobernar? Ahora comienza el tiempo de la realidad y del gobierno en los distintos municipios que integran España y nuestra Comunidad Valenciana. Y comienza también el tiempo del control de la oposición, de la crítica constructiva, adecuada, objetiva y bienintencionada.

Los ciudadanos, supremos artífices del proceso democrático, vamos la mayor parte de las veces a convertirnos en espectadores, aunque no deberíamos ser espectadores ciegos ni sordos y, mucho menos, mudos. Porque nos queda la palabra, que sigue siendo nuestra y dentro de cuatro años esa palabra, trasmutada en voto, debería premiar o castigar cuanto de bueno o malo haya habido en este nuevo periodo de gobierno autonómico y municipal en todos los lugares de la nación y de esta tierra valenciana y alicantina que tanto amamos dentro del proyecto vital que es España.

Lamentablemente muchas veces callamos... El desencanto nos empuja, incluso, a una abstención cansina que socava el fundamento de nuestra democracia. Porque en la Historia una cuarentena de años son apenas un suspiro de tiempo y algunos mensajes políticos se olvidan de la Historia o la utilizan con insanas intenciones partidistas.

La Historia, que es maestra de vida, que es la vida que cotidianamente protagonizamos. Ya que los auténticos protagonistas de la Historia no son los grandes personajes sino los pueblos, el pueblo, nosotros, mujeres y hombres que trabajamos, que sufrimos, que anhelamos un futuro mejor.

Un futuro mejor que será imposible sin nuestro compromiso de estar ahí, expectantes, vigilantes, prestos a la denuncia, al aviso o al consejo. Hoy, más que nunca, hay tribunas abiertas que podemos y debemos utilizar con prudencia, con respeto, con responsabilidad. Con una responsabilidad que nos exige información veraz y certera. No hablar de oídas, ni sesgadamente, evitando caer en la descalificación apasionada, en el insulto injustificable, en el sectarismo irracional.

A los ciudadanos nos queda la palabra para utilizarla con la firmeza necesaria de tal modo que ningún político olvide que su poder es nuestro, algo que, lamentablemente, suele ocurrir a menudo después de cada proceso electoral. Y que ese poder no es ni más ni menos que su capacidad de servicio al pueblo que se lo ha entregado. Servicio con honradez, con coherencia, con eficacia, con educación. Un servicio total, hasta el extremo, sin hacer distinción de colores ni divisas, otorgándole de este modo a la tarea política toda su dimensión de auténtica grandeza.

Así pues, recordémoslo siempre: ¡nos queda la palabra!