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El nuevo tabú del sexo

La ruidosa tormenta en torno a los premios que el Squash Oviedo entregó a las ganadoras de un torneo

Se ha desatado estos días una ruidosa tormenta en torno a los premios que el Squash Oviedo entregó a las ganadoras de un torneo de ese deporte. El núcleo activador de los rayos y truenos fue que entre los trofeos -digamos, de "condición femenina"- había un vibrador. El escándalo fue de proporciones mayúsculas, alcanzó ámbito peninsular y la Federación correspondiente abrió expediente al club, que sopesa el disolverse. El camino que llevó al incidente no pudo estar más lleno de falta de voluntariedad. Los directivos del club, un club modesto, recaban regalos para un premio femenino. Los obsequios-premio, sin más escrutinio, los entregan los donantes. Y, de repente, salta la liebre. Tras la liebre han corrido galgos de toda clase y condición, no sólo la Federación estatal de gremio, sino mujeres a título particular, como las premiadas, y organizaciones y voceras feministas. La acusación central, el cargo de "pecado mortal", fue el que el regalo del dildo era un acto machista. ¿Machista? Quien tenga la curiosidad de indagar en informes autorizados sobre la sexualidad de los españoles averiguará que no es pequeño el porcentaje de ellos que recurre con frecuencia a la masturbación, de los cuales, a su vez, un número no despreciable acude a la ayuda de auxilios, frecuentemente de objetos de variada índole, entre los cuales se hallan, obviamente, los consoladores. El regalo público de un dildo, como premio o broma, es, sin duda, un acto obsceno, una grosería inaceptable, pero no se ve la razón por la que se pueda tildar de "machista". ¿Cuál es la razón de esa unanimidad en el calificativo? Supongamos que en un concurso se entrega una muñeca hinchable a los varones. ¿Se calificaría también de "machismo"? Estoy seguro de que sí. ¿Es que es, entonces, machismo todo lo relacionado con el sexo, al menos en la faceta de su práctica con ayuda instrumental? A mi juicio, en esa unanimidad del calificativo confluyen dos cosas: la primera, la simplicidad de cierta forma del pensamiento feminista, que entiende que todo lo que sale de los cánones que la fuente dominante socialmente de ese pensamiento decide establecer es "non sancto", esto es, machista. Pero la segunda es de una mayor profundidad: el sexo se ha constituido en una sacralidad donde todo es válido y en el que las fronteras del recato, la discreción y la obscenidad han sido abolidas. Por tanto -y salvo en el caso de la pederastia-, criticar su exhibición, que es una grosería en la mayoría de los casos y constituye la violación de la intimidad de otros o de su pudor, está vedado. La calificación de "machista", pues, evita caer en lo nefando, poner en duda la sacralidad omnímoda del sexo, ese tabú contemporáneo. Y ese tabú de sacralidad ha estado presente en el caso de las estudiantes de Avilés que han visto que las fotos de desnudos o eróticas que habían mandado a algunos de sus amigos se han reenviado de forma universal por las redes sociales. Al margen de responsabilidades y de la inconsciencia de unos y otros, me ha llamado la atención lo poco que se ha señalado lo que provoca el acto inicial: el que las estudiantes -casi niñas- hayan enviado a sus "íntimos" fotos de esa guisa de ellas mismas. Y es que, al margen de la inconsciencia de que todo acaba por ser público, especialmente en las redes, lo que subyace a esa, digamos, entrega exhibitoria es el mismo tabú sacro del sexo: todo es bueno en torno a él, y, por tanto, quien se niega, quien tiene recato o prudencia, es persona que queda al margen de la normalidad, de "la buena sociedad", no está bien visto, no es un integrado.

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