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Hora ya de espabilar

Las reunificaciones familiares en torno a una mesa en día de elecciones dan mucho de sí. En esta ocasión, varias generaciones juntas comprendidas entre la adolescencia y algún setentón con representación de casi todas las décadas. El final del menú trajo consigo una rotunda coincidencia en el hambre canina de plebe con altura de miras, cuajo, temple y decisión al frente de las formaciones en liza para afrontar los enormes desafíos pendientes en cualquier orden que nos fijemos. Los partidarios de las nuevas siglas votaron a la ida y los de mayor recorrido lo dejaron para la vuelta, víctimas de un entusiasmo perfectamente descriptible.

Dolía todo y más que nada la amenaza flagrante de retroceso que se cierne sobre las conquistas políticas y sociales que tanto costaron conseguir. Entre los presentes sobrevoló la atmósfera de Cold War, esa historia de amor y desgarro desangrándose entre varios países en la Europa de los dos bloques aquellos, ideada por un hijo de exiliados polacos y nieto de judíos asesinados en Auschwitz que nos conduce a un final hermosamente desolador. Con todo lo que hemos anhelado formar parte de Bruselas y no como emigrantes, lo mismo hemos llegado tarde ahora que inauditamente tan poca conciencia se tiene desde algunos frentes de la estabilidad que significa, con tanto ataque perpetrado ante la parsimonia reinante.

Como los resortes de los humanos para salir del hoyo son la tira, de pronto surgió un nombre al que agarrarse.

Alguien que, salvo excepciones, no participa en los gallineros televisivos porque, como es bien sabido, la sensatez, el buen criterio y el espíritu constructivo no ponen la audiencia patas arriba. Efectivamente, esa rara avis es Iñaki Gabilondo, que lleva años platicando cordura en el desierto. Bien, pues en su análisis de lo ocurrido el 26M, confundió, desacostumbradamente, la fecha de las generales y al pavo naranja lo llamó Casado. Con lo centrado que siempre se ha mostrado, no descarten que esté volviéndose tarumba. Y no podemos permitírnoslo.

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