Hace un tiempo os contaba en Instagram que cuando viví en NY conocí a Paul Auster. No fue por casualidad, a pesar de que más de una vez había hecho el trayecto que va desde Brooklyn Heights (el que era mi barrio) hasta Park Slope (el suyo), fantaseando con la posibilidad de encontrármelo sentado en un banco de Prospect Park leyendo la prensa deportiva o paseando al perro.

Me enteré que en primavera impartía una charla en el City College de Nueva York («City of Words» se titulaba), y allá que fui sin importarme lo más mínimo el periplo que suponía ir desde Brooklyn hasta la zona norte de Harlem.

Pero lo que ahora vengo a contar nada tiene que ver con Auster, sino con Siri Hustvedt, a la que precisamente había comenzado a leer durante esos meses en los que me creí brooklinita. Fue gracias a una amiga psiquiatra, que insistió en que leyera The Enchantment of Lily Dahl, asegurándome que me iba a encantar. Empecé por ahí y luego siguieron otros libros. Novela, ensayo, poesía... todo lo que escribe esta mujer es brillante, sofisticado, de un elevado grado de sensibilidad, inquietante y sumamente inteligente.

Volviendo a esa conferencia en el City College, antes de entrar y coger asiento en el imponente Shepard Hall, y tras un largo trayecto en metro, hice la oportuna visita a los restrooms (un pis rápido y un poco de pintura de labios.) Aún en los aseos y ya lavándome las manos, de repente se abrió la puerta de uno de los retretes; una de esas puertas ridículas que no llegan ni al suelo ni hasta el techo, dejando los pies al descubierto. Levanté la mirada hacia el espejo y ahí estaba el reflejo de Siri, tan rubia, tan delicada, tan bella, tan cautivadora. Me saludó -aunque no recuerdo las palabras que usó-, pero sí el tono y la cadencia suave de su voz. Me pareció tan educada... Abrió el grifo, presionó el dispensador de jabón y se lavó las manos justo al lado mío, en lavabos contiguos y las dos de forma simultánea. Como reconocida vergonzosa que soy, no me atreví a alzar la vista, y sólo fui capaz de mirarla de reojo a través del espejo.

Ese día regresé a casa en metro con un libro firmado por Auster, pero con la emoción nerviosa de haber compartido lavabo con Siri Hustvedt.

La emana pasada, esa increíble mujer recibió el premio Princesa de Asturias de las Letras, y si aún no la conocéis o no la habéis leído nunca, sabed que os estáis perdiendo una de las voces más lúcidas, originales e inteligentes de la literatura contemporánea.