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El teleadicto

Manuel Cruz

Cuando supe que Manuel Cruz iba a presidir el Senado mi mente se fue volando a la entrega que le dedicó el programa Pienso, luego existo, una delicatesen de la que tanto aprendí en el momento de la emisión. Conocí a Cruz y otros filósofos (Muguerza, Emilio Lledó, Savater, Sádaba) en aquellos veranos en el Palacio de la Magdalena, entrevistándolos después de haber escuchado sus clases. Pero Manuel Cruz quedó muy alto en mi particular índice de valoración.

De ahí mi inmensa alegría tras su nombramiento. Cuando alguien con verdadera autoridad moral sobre ti se involucra en el incierto terreno de la política, su cargo gana credibilidad. Manuel Cruz, a la manera de Lledó, me conquistó por sus ideas y por la forma de enseñarlas. Y por su actitud humilde preñada de firmeza.

Regreso a la serie documental dirigida por Luis Carrizo (que acaba de estrenar en Dmax su serie sobre el franquismo en color), como lo hago de vez en cuando, para degustar las 26 entregas (qué pena que se cayese una tercera temporada). Y reencuentro al Manuel Cruz en plena forma. Al niño que sentía vértigo cuando pensaba en los límites del universo. Al comprometido con la sociedad y el tiempo que le ha tocado vivir. Al filósofo que comenzó a flirtear con los medios de comunicación. Columnista de prensa y colaborador en la radio, con Gemma Nierga.

Al pensador que necesita escribir como respirar. «Siento compulsión por escribir. Uno ha de escribir siempre para tener una memoria de sí mismo. Borges decía que los libros se hacen para la memoria y la prensa para el olvido. Pero es muy gratificante saber que los lectores están ahí». No admite que se le etiquete de filósofo mediático. Cuando se emitió el programa, en noviembre de 2011, llamaba la atención sobre la responsabilidad de nuestras acciones. Su compromiso actual en el Senado es pura coherencia.

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