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Aprendamos a vivir mejor

Día Nacional del Celíaco Alimentos que nos dañan

Llamamos celíaco a una persona que tiene alergia al gluten. La alergia es una situación en la que nuestro sistema inmunológico, es decir, una serie de nuestras células que son capaces de reconocer lo que somos, lo que nos constituye, y también si algo externo nos invade, o algo que es nuestro se modifica y trata de destruirlo. El mejor ejemplo es que nos agreda una bacteria, él se pone en marcha y trata de acabar con ella, evita que tengamos una enfermedad infecciosa. En este caso lo que no es propio del sujeto es el gluten. Así la Celiaquía es una enfermedad autoinmune, pues es el propio sistema inmune del sujeto el que agrede a muchos de sus órganos y los destruye, lo hace en respuesta tras haber ingerido gluten.

Y ¿qué es el gluten?

Son un conjunto de proteínas de pequeño tamaño que están presentes en las harinas de muy diversos cereales que crecen en terrenos de secano. Pueden provenir del trigo, centeno, cebada, avena o espelta.

Cuando nos alimentamos con ellas llegan hasta nuestro intestino delgado donde deben ser absorbidas. Si el sujeto es un celíaco se arma entonces la marimorena, pues su sistema inmune trata de destruirlas para que no le dañen, pero eso induce un proceso inflamatorio en la parte interior o la luz de esa zona del aparato digestivo, lo que se llaman vellosidades intestinales, que es por donde se absorben los alimentos. Al sufrirlo, estos se eliminan, se produce diarrea crónica y el organismo se queda sin nutrientes. En los niños puede haber pérdida de apetito, peso y retraso en el crecimiento junto con la aparición de aftas bucales. Es más frecuente en los que padecen síndrome de Down, y a veces se asocia a lesiones autoinmunes en otros órganos como en el tiroides (tiroiditis), en las articulaciones o la diabetes.

Si un celíaco toma gluten suelen aparecerle trastornos como una diarrea, que puede ser crónica, dolores abdominales, muchos gases en esa zona, lo que llamamos meteorismo, náuseas y vómitos, distensión abdominal, pérdida de apetito y peso, y pueden acompañarse de disminución de la masa ósea, del músculo y de anemia por falta de hierro.

Por otra parte, el proceso inflamatorio puede afectar a otros muchos órganos del cuerpo, con frecuencia el hígado o el tiroides, o que aparezcan otras enfermedades autoinmunes, y menos frecuentemente tumores tales como un adenocarcinoma del intestino delgado o el recto y linfomas.

No podemos evitar la enfermedad, pues tiene una base genética, pero sí que se exprese si los afectados no toman gluten.

La enfermedad es más frecuente en las mujeres. Se estima que afecta en Estados Unidos a uno de cada 133 habitantes, y en Europa 1 de cada 100.

Su diagnóstico suele sugerirse en si el enfermo tiene diarrea crónica, lo que solo sucede en un 35 por cien de los casos. También ayuda si algún familiar está afectado, pues hemos comentado que suele tener una base genética. Puede ser uno de los padres en uno de cada 22 casos, uno de los tíos o primos, lo que sucede en uno de cada 35 casos.

Y su diagnóstico se facilita indagando si en la sangre están presentes ciertos anticuerpos (antigliadina, antiendomisio, o antitransglutaminasa tisular, que orientan a la existencia de un trastorno de la inmunidad).

Luego la enfermedad se verifica tomando una biopsia del intestino delgado pues hay lesión de su parte más interna, donde hay entrantes y salientes que favorecen la absorción de los alimentos, las llamamos vellosidades y que están dañadas por el proceso inflamatorio-inmunológico y que el anátomo-patólogo puede reconocer al microscopio.

El tratamiento de la celiaquía es muy efectivo, y teóricamente simple: es importante hacer una dieta estricta sin gluten y, eso sí, durante toda la vida. Sin embargo, hacerla puede ser complejo porque habitualmente nos alimentamos con alimentos envasados y elaborados, y estos pueden tener harinas con gluten. En ocasiones también hay que suprimir la lactosa, pues con frecuencia se asocia déficit de lactasa, y se pueden requerir suplementos vitamínicos. Vamos avanzando y cada vez más las etiquetas de los mismos deben informar de su composición.

Para los celíacos esas etiquetas son claves. Pero debe saber que lo son para todos nosotros, pues una de las amenazas para nuestra salud son las grasas halógenadas, es decir, ricas en hidrógeno, que muchos industriales añaden a los aceites para hacerlos semisólidos como mantequilla o margarinas. Abundan en la bollería industrial, pero también en otros muchos productos como por ejemplo las pizzas, y el ingerirlas dañan nuestras arterias, las de todos, favorece la arteriosclerosis y con ella la aparición de ictus o infartos de miocardio.

En algunos países están prohibidas, y ahora la organización mundial de la salud, OMS, ha puesto fecha a que se puedan seguir vendiendo. Podemos anticiparnos no comprando alimentos que las contengan, pero en las etiquetas no parece como grasas halógenadas sino como ácidos grasos trans. Y algo parecido sucede con el aceite o manteca de coco.

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