Cuando escuché por primera vez a la representación parlamentaria -andaluza para más señas- despacharse sobre el «adoctrinamiento en diversidad afectivo sexual en las aulas», sentí una profunda vergüenza. Una clase política dedicada a la tergiversación y manipulación más obvia que uno puede enfrentar en las instituciones. Que las palabras las pronunciara un diputado, antes juez, resulta preocupante.

Pregonan los voceros de la extrema derecha que enseñar respeto en las aulas es «convertir en homosexuales a los niños». Para sus estrecheces mentales, la homosexualidad se «contagia» como una enfermedad. Y porque «es posible», a base de cursos sobre cómo prevenir, erradicar y eliminar el acoso escolar, «modificar la orientación sexual de las personas». Es una enorme pérdida de tiempo explicar a estos especímenes humanos que con la enorme presión social que penaliza la diversidad sexual, si fuera posible modificar la orientación sexual a nuestro antojo, no habría homosexuales. Ya nos habrían erradicado con su persecución y odio.

Algo así -vergüenza podríamos decir- produce ver al candidato del neofascismo a la Alcaldía de Alicante, el tal Mario Ortolá. Compartió conmigo aula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Alicante. No destacaba por ser el más listo de la clase, como ahora no destaca por ser el que más sabe entre los candidatos a la Alcaldía. Ni siquiera llegó al muy deficiente en el test de conocimientos de Alicante de este diario. No solo sacó la peor nota de entre todas las candidaturas, es que ni siquiera se ruborizó por su desconocimiento manifiesto. Cualquiera ante tal ridículo político y personal habría presentado su renuncia a seguir el proceso electoral. Decía el otro día, para rematar la faena, que «en Alicante solo hay dos banderas, la alicantina y la de España». Porque estos de Vox son muy españoles y mucho españoles, pero poco valencianos y nada europeos. Y porque de banderas saben más bien poco, como de política, derechos, de Constitución y ciudadanía.

Desgraciadamente estos seres políticos extraños que vienen a ilustrarnos con pensamientos del siglo pasado -bien pasado- van a cobrar un sueldo que pagamos entre todos. Pues al menos deberíamos exigirles dos cosas, que estudien algo más de nuestra historia y que en sus discursos respeten la Constitución. Ni racismo ni homofobia en las instituciones, y un poco más de cultura general para enriquecer el pensamiento. Para que nos ahorren la vergüenza de tener que soportar sus ideas disparatadas y su desconocimiento de Alicante, ciudad que aspiran a gobernar.