Una vez más, y no será la última, el empresario español Amancio Ortega hace una donación de 320 millones de euros a la sanidad pública española para la renovación de equipos oncológicos en la lucha contra el cáncer. Una vez más, y no será la última, las líderes de Unidas Podemos y otros cuantos y cuantas de la extrema izquierda virtual, del esnobismo «gauche divinne», de la cultura basada en la vagancia, la subvención y los chollos con dinero público, ponen el grito en el cielo rechazando esa donación por considerar, entre otros conspicuos argumentos, que la sanidad pública no puede depender de los multimillonarios -como dice la candidata podemita a la Comunidad de Madrid Isa Serra-, sino de los impuestos de los españoles y las españolas. Y si hay que apretar todavía más a los españoles y las españolas, a los empresarios como Amancio Ortega, se le vuelven a subir los impuestos para? seguir financiando la cultura de la vagancia, la subvención ideológica y los chiringuitos de los amigos y las amigas de la izquierda postcomunista y bolivariana, de los anticapitalistas antisistema.

Mientras las empresas de Amancio Ortega dan trabajo a más de 153.000 empleados y empleadas fijos y fijas, lo que permite a cientos de miles de familias ganarse la vida con su esfuerzo y no de las subvenciones y el chollo público, la candidata podemita Isa Serra, la de antes, reconoce no haber aportado ni un solo euro al erario público por IRPF hasta que? entró en política, según recoge LibreMercado de la Declaración de Actividades de los diputados autonómicos. Mientras las empresas de Amancio Ortega superaron los 26.000 millones de euros en ventas en todo el mundo, todo el mundo conoce que el matrimonio podemita compuesto por Pablo Iglesias e Irene Montero se hacía con un soberbio chalet de 700.000 euros en zona residencial, muy lejos de las indiscretas miradas del populacho y más lejos aún de su queridísima Vallecas. O como el otro Pablo, Echenique, que se muda a vivir al barrio de Salamanca, el más exclusivo de Madrid. Iglesias reconocía ganar 120.000 euros en 2015, mientras que Montero gana más de 7.000 euros al mes. Por eso Irene dice de Ortega que «ningún multimillonario decide qué máquinas son buenas para la sanidad pública», y Pablo arenga a las masas contra Amancio diciendo que «una democracia digna no acepta limosnas de millonarios».

Mientras que la Sociedad Española de Oncología Radioterápica -formada por mujeres y hombres que se han labrado un prestigio profesional a base de esfuerzo y más esfuerzo- dice que las donaciones de Amancio Ortega han marcado un antes y un después y les ha sacado de una situación al borde de la catástrofe; mientras la Federación Española de Cáncer de Mama y las 45 asociaciones de mujeres -sí, mujeres, sí, mujeres- integradas en la misma muestran su satisfacción por las donaciones de Ortega; mientras los jefes de Servicio de Radiofísica y de Oncología Radioterápica del Hospital Meixoeiro de Vigo -profesionales que no han hecho en su vida otra cosa que formarse y trabajar, formarse y trabajar, en favor de la sociedad- no entienden que se critique una aportación beneficiosa para todos; mientras esas autorizadas voces agradecen y valoran las donaciones hechas por Amancio Ortega, las autorizadísimas voces de la extrema izquierda podemita, las del postcomunismo existencial, las del nihilismo antisistema, las de los vagos y las vagas que pululan por España en busca del chollo perdido, los que nunca y las que nunca han pegado un palo al agua en la vida real que no sea formando parte de observatorios alienantes, plataformas ficticias, activismos sociales o culturales, y canonjías ideológicas o de género; las esperpénticas voces que nos muestran al régimen bolivariano o al homófobo y machista régimen iraní de los ayatolás como modelo a seguir, esas autorizadísimas voces, digo, sentencian que la sanidad pública española no debe humillarse con las limosnas de multimillonarios que dan trabajo a más de 150.000 personas y que los enfermos de cáncer no deben albergar mayores esperanzas de curación cuando sus esperanzas vienen de la mano de un donante que es rico. Aunque a ustedes dos les cueste creer que todo esto es cierto, que se trata de un mal sueño, despierten. Están ahí, nos van a gobernar en comandita de aquí a unos meses y, cuando tengan la más mínima oportunidad, convertirán una sociedad libre -con sus defectos, sí, pero libre- en una sociedad esclava, tutelada, vigilada hasta la náusea por el gran hermano que todo lo ve, que todo lo controla y que decide por todos qué es bueno y qué es malo.

Una ideología basada en la vagancia de los suyos y la explotación de quienes con su esfuerzo crean riqueza y trabajo; una sociedad basada en la imposición normativa y reglamentada de cada uno de los pasos y decisiones que pueda tomar el ser libre; una ideología que premia el amiguismo holgazán mientras persigue la cultura del esfuerzo, el mérito y la libertad; una sociedad basada en premiar a todos los rufianes que se apresten a formar parte de la nueva policía política, persiguiendo la disidencia, el pensamiento libre, la creatividad y la libertad. Una ideología, unos líderes que muestran su apoyo sin fisuras a los cientos de mafias organizadas del llamado movimiento okupa, pese a que hayan degradado hasta la asfixia barrios, familias, vecinos y convivencia. Tan motivados están con los okupas, que se han ido a vivir a suntuosos chalets y pisos en las zonas más exclusivas, en los barrios más elegantes. ¿Y saben por qué?, porque allí no hay okupas.