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El indignado burgués

Chimpancés de la política

No voy a decir que me aburre la política porque sería falso, pero los políticos españoles actuales me parecen de una levedad mental al nivel de una miss venezolana de esas cuyo mayor anhelo es la paz en el Mundo, por poner un ejemplo (y si el arquetipo es injusto o sexista me lo envaino sin problemas, es una simple figura retórica). No me puedo hastiar de la política porque todo en la vida es política y los sueños, política son, pero estoy hartito de aquellos que sin oficio ni beneficio conocido aspiran a tomar decisiones sobre nuestras vidas y haciendas. De esos especímenes con cuatro ideas preconcebidas, recitando como papagayos argumentarios elaborados por mentes pensantes que igual pueden vender un alcalde que un champú. Y es que, aquí y ahora, para ser diputado o concejal basta con tener la agudeza mental de un chimpancé y la rapidez de reflejos de una boa constrictor levantando la mano cuando lo ordena el jefe de grupo.

Respecto del nivel intelectual del alegre gremio de consumidores del erario público no tengo más que malas noticias que darles. Cuanto más los conozco más estimo la perspicacia de mi gato Aramis, que hace años que viene repitiéndome que su juicio, meneando la cola y frunciendo sus bigotes, tiene más valor que cientos de discursos. Dicen los políticos -y se lo creen, a veces nos lo creemos incluso los columnistas- que no es que su nivel sea bajo, es que ellos proceden de la sociedad y ésta ofrece lo que tiene a su disposición, sean corruptos o Teresas de Ávila.

Es verdad que la naturaleza da lo que puede, la pobre, y ya se sabe que lo que natura non da, Salamanca non presta, pero con una diferencia fundamental: una empresa que contrata a un sexador de pollos exige que éste sea capaz de determinar si tiene entre manos un gallo o una gallina, mientras que a los políticos sólo se les exige? nada. Bueno, si acaso que tengan un padrino que les apadrine, un Aladino que les «aladine» y una trayectoria en el partido que les meta en listas después de pegar sobres y besar? lo que haya que besar, que desconozco tales interioridades.

Y luego, por si no fuera bastante con la pobreza mental que aqueja a gran parte de lo que autodenomina con orgullo de clase la «clase política», está la tendencia «trampolín» de la muchachada que sale elegida por un sitio para salir cortando y ascender el siguiente escalón, homenajeando a los patricios romanos y su «cursum honorum» que empezaba en un modesto puesto de cuestor en provincias hasta llegar al Senado. De estos «trampolileros» sólo les diré que los eviten como la peste porque aparte del «qué hay de lo mío» nada de lo humano les es propio, que como saben es la versión contraria al proverbio latino lema de las humanidades.

Como te pasas, Mondéjar, apunto que más de uno está pensando. Pues no señor, o señora, que seguro que no estoy ni rascando la epidermis de enfermedades existentes en nuestro sistema que coagulan el fluido de sangre limpia hacia el corazón de las instituciones (no se pierdan la fina metáfora; pelín forzada, quizá, pero asaz colorista). Sí diré que al principio de la Democracia los políticos eran de clase trabajadora, que no tenía por qué ser obrera, y que la mayoría trabajaban y tenían una nómina o una empresa o lo que fuera antes de meterse en semejantes menesteres. Vamos, que no vivían de la política.

Eso duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on-the-rocks: hasta que los partidos se asentaron y empezó a haber futuro profesional para políticos, de tal modo que es más que probable que en el Congreso de los Diputados actual sólo una exigua minoría haya trabajado en algo alguna vez, aunque fuese vendiendo bragas en «Sepu» («Quien calcula compra en Sepu» decía mi madre recordando un eslogan radiofónico de esos grandes almacenes). ¿Cómo alguien sensato puede pensar que, sin conocer el proceloso mundo de un oficio o profesión, de una oficina o un taller, se puede legislar para el conjunto? Pues porque lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, que dijo el torero. Tan improbable como que la difunta Duquesa de Alba sirviera para escardar cebollinos o varear olivas.

Estoy convencido de que muchos honrados padres de familia piensan que el hijo que no vale ni para taco de escopeta, a poco que tenga algún hábito social puede encauzársele hacia la política, como antes se destinaba el segundón al sacerdocio, que es lo mismo, pero encima no está sujeto a elecciones. Ya me gustaría que alguien demostrara fehacientemente que la mayoría de los políticos hace algo más que regar sus intereses y los de los suyos, que aquello del bien común y desvelarse por la sociedad no es un mito. Desgraciadamente, de un montón que conozco, numeroso como las arenas de la mar y las estrellas del cielo, sólo un puñadito que cabe en la palma de la mano no responde a ese modelo. Incluso los hay peores, porque no trabajar es malo, pero robar es pésimo.

Ah, ¿que hoy iban a votar y tienen que optar por alguno de estos bípedos? Pues ya que lo siento si les he amargado el día.

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