Esta semana ha saltado a la palestra un tema que me parece de justicia poder tratar, que es la crítica a Amancio Ortega por parte de Podemos, por la generosa aportación a través de la Fundación Amancio Ortega de 310 millones de euros para equipamientos oncológicos. De dichas cantidades vendrían siendo beneficiarias las comunidades autónomas.

Yo hace dos años escribí ya sobre este tema, en la columna titulada Una de cal y otra de arena que, por cierto, cito no sin cierto pudor. En dicha columna hablaba de que sabía de primera mano lo regular que funcionaba el servicio de radioterapia del Hospital de Sant Joan, pese a los esfuerzos y dedicación de los facultativos y la serena paciencia de los enfermos. De hecho, en 2016 las máquinas que estaban en funcionamiento en este servicio no daban literalmente abasto para poder atender tanta demanda y estaban tan sobre utilizadas y viejas que fallaban mucho. Esta situación se traducía en problemas reiterados para los pacientes, personas enfermas de cáncer que, a la dureza de su enfermedad, a lo terrible del diagnóstico, a la angustia vital nunca mejor dicho, se sumaba además penosamente la dificultad de que los equipamientos estuvieran viejos pero no hubiera dinero para poder sustituirlos. Por mala gestión, por equivocaciones en las prioridades de los sucesivos gobiernos, por infra financiación de nuestra Comunidad Autónoma o por lo que fuera. El caso es que los que estaban pagando el pato eran los pacientes. Pese a todo, he de decir que los enfermos solían hacer gala de un admirable sentido del humor y buena disposición y por lo general ponían buena cara a ese mal tiempo de los repetidos fallos de las máquinas, como el que se rinde ante un hecho inexorable que no puede controlar. Fue, sin duda, una noticia maravillosa que la fundación del dueño de Inditex hubiera tomado la decisión de agraciar a este servicio tan necesitado con seis millones de euros. Gracias otra vez, señor Ortega.

Vistas así las cosas, al final no puedo por menos que darle la razón a Bertín Osborne, que con su campechanería ha acabado diciendo lo que muchos pensamos, que qué hay de malo, ni mucho menos de indigno, en que este empresario y su fundación decidan contribuir a mejorar la sanidad española. A mí, muy al contrario, lo que me parece indignante es insultar al que te hace un regalo, porque es algo voluntario, y menos si eso que te regalan te hace tanta falta y encima tú no te lo puedes permitir. Y, aparte, me parece de pésima educación, que eso ya es de mínimos.