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Ministro de Marina, aunque sea

El PSOE se abre a negociar la entrada de Podemos en el Gobierno. A estas horas está Iglesias soñando con cambiar su usada cartera de profesor por una de reluciente cuero marrón en la que salga el escudo de España.

El líder de Podemos prefiere firmar decretos que vociferar en la oposición. El coche oficial a la bici. No es crítica; es descripción. Los socialistas recelan. Un partido siempre recela, si es que no berrea, si de compartir el poder se trata. Sánchez hubiera preferido un Gobierno a solas (incluso él solo, sin ministros ni nada, a mí, a mí, el foco). Un Gobierno a solas pactando ora A izquierda ora a derecha. Si no saca nada de provecho de esta columna, al menos habrá recordado el delicioso ora, ora, que tan injustamente en desuso está.

Los socialistas deseaban pactar grandes cuestiones o con Ciudadanos o con Podemos, pero el partido de Albert Rivera, que nació para combatir a los nacionalistas, prefiere que éstos influyan. Un pacto amplio PSOE-Ciudadanos dejaría a los nacionalismos un poco out, fuera de juego, pero en fin, no abundaremos más en esa ocurrencia, no vaya a pensar el lector que esta columna pretende expandir ideas sensatas. Lo sensato es sentarse mañana a no reflexionar, en pleno día de reflexión y aprovechar el sábado lo mejor posible. Incluso hoy viernes, que vendrá cargado de instantes que no volverán. Este por ejemplo, en el que usted tal vez esté disfrutando de un café, mirando por la ventana, medio olisqueando la actualidad con el móvil, sopesando si entrar ya a la ducha o abrazarse diez minutos más a ese libro que le cautiva pero que anoche se le cayó de la cama al suelo cuando el sueño le venció.

A mi me pasó con el dietario /diario de Marcos Ordóñez, «Una cierta edad» (Anagrama), que es una nutritiva miscelánea de textos sobre lo cotidiano, el teatro, los libros, Barcelona, etc. Algunas entradas son en realidad aforismos, otras relatos cortos, en no pocas comenta jugosísimos lances, tomados u oidos aquí o allá, como una gloriosa conversación profética entre Baroja y Chaves Nogales en 1932 en el estupendo piso que el periodista tenía en Madrid, en la Cuesta de San Vicente, con vistas a la arboleda del Campo del Moro. Pero el que ve el moro en la costa es Sánchez, un moro con coleta que se le quiere colar por la frontera de La Moncloa y establecerse en el consejo de Ministros. Capaz es de resucitar, para ofrecérselo, el Ministerio de Marina.

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