En su lateral derecho dispone de una palanca metálica que al accionarla despliega un módulo para reposar las piernas. Si al mismo tiempo que la presionas inclinas el cuerpo hacia atrás, el sillón se transforma en un prodigio ergonómico para el descanso de personas que, como yo ahora, acompañan a enfermos o a enfermas en el hospital. ¿Quién no lo ha probado?, todos lo conocemos. El resorte funciona perfectamente. Lo accionas y€ a descansar. El problema de mi sillón público es que tiene retorno automático: a los dos o tres minutos, tal vez cuatro, se repliega solo, de tal mala suerte que, en un plis plas, vuelve a su origen y te encuentras de nuevo sentado.

La primera vez me acojoné. Busqué un seguro en la palanca, alguna pestaña para afianzar el resorte, una solución de urgencia para inmovilizar la poltrona y parar el golpe. En el segundo intento me pasmé. De haber tenido la vía puesta le quito el gotero a mi padre y me meto en vena el diazepán. Ya no hubo tercera prueba. Duermo ahora junto a mi padre, en una hamaca playera traída de casa. No sé si está prohibido visitar enfermos con hamacas de playa, pero el personal que atiende a mi padre lo aprueba y me mira con ternura, con el mismo cariño con el que lo tratan a él. El único que me mira extraño es el vendedor de cupones de la entrada; no sé qué bulto verá, qué imaginará; por si acaso, cada vez que paso con mi hamaca, le compro dos numéricos.

Pienso yo entre noches en duermevela, sobresaltos y lecturas que, en "este tiempo en el que votamos lo que juzgamos el mal menor entre un abanico de males muy malos" (Javier Marías), mi voto sería para la candidata (ata) o el candidato (ato) que arregle este sillón. Porque quien lo haga podría competir en sensibilidad y humanidad con las médicos y enfermeros que cuidan a mi padre. Una ata o un ato con esos valores en la gestión pública, no tendría reparo alguno en implantarles las condiciones laborales que ellos y ellas se merecen, y, en definitiva, en poner un saco de arena para afianzar el sistema sanitario público, sistema que, a mi modesto entender, es un soporte medular sobre el cual debe construirse el bienestar social. La justicia de encontrar una solución a mi sillón es la justicia social. Así lo veo yo, si quieren, como paradigma del derecho a una sanidad pública de calidad y universal.

Quizá deba comprarse un sillón nuevo. O a lo mejor se puede arreglar y dar trabajo al reparador de resortes de sillones. Y también al tapicero, que buena falta le hará (al tapi y al sillón). Por eso daré mi voto a la ata o al ato que, a mi juicio, tenga la capacidad y la sensibilidad de adoptar una solución a mi sillón, al arreglo que yo, que soy quien pago, vea más eficaz, eficiente y sostenible, para el sistema público en el que creo y para mis cervicales.

Hubo otro sistema recientemente por aquí que básicamente consistía en privatizar la gestión del sillón, pero sólo una parte del sillón. Un sillón mixto. Si visitabas a un enfermo en Torrevieja el sillón era medio tuyo. Y si lo hacías en La Vila, era tuyo entero. No he probado sillones mixtos, solo sillones averiados. Y hamacas playeras en las que, por cierto, me siento muy libre. Más que otros que intentaron ganar dinero con mi sillón y hoy duermen en camastros.