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El Indignado burgués

Voy a votar como Alcalde a...

Me inocularon el virus del municipalismo cuando era joven y maleable, cual arbolillo flexible, y durante muchos años creí que la política local era el sistema más eficiente para cambiar la sociedad, apuntando a la cercanía y a la resolución de problemas concretos y no abstractos. He pasado de periodista las suficientes horas en un sillón estilo Luis XVI del Salón Azul del Ayuntamiento de Alicante como para estar exento del purgatorio durante un milenio y soportado a tantos alcaldes, concejales y asociaciones de vecinos como para garantizarme una cierta indulgencia con mis tres o cuatro pecadillos veniales. Es verdad que tuve un maestro de categoría: el gran Rafael González Aguilar, uno de los mejores periodistas de municipal que el mundo ha contemplado, un senequista amante de la ópera y de los reglamentos, bandos y edictos, que conocía mejor -o por lo menos igual- que el secretario municipal.

Pero ya no. Mi fe empezó decayendo y acabó en el sumidero cuando me di cuenta de que la vocación de la mayor parte de los munícipes era salir lo antes posible de allí, catapultados a un lugar de prestigio con menos contacto físico, que el vecino es al político lo que el público al actor, un acompañante de la fama, indeseado la mayor parte del tiempo. Mi segunda decepción tiene que ver con los planeamientos urbanísticos en los tiempos de vacas gordas, que han enriquecido aquí y allá a innumerables ayuntamientos, hundiéndolos en la miseria cuando se creían que todo el monte era orégano, y forrado el riñón de un número considerable de alcaldes y concejales armados de la varita mágica de dibujar en un mapa quién se enriquece y quién se queda con los secarrales. No me extraña que a Rajoy se le hicieran un nudo las ideas y soltase eso tan bonito de que es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde.

Independientemente de la mala fama que tenga la labor municipal de un tiempo a esta parte, es importante votar y saber lo que se vota para no llamarnos a engaño. Si nos ponemos de acuerdo en que una legislatura debe servir para mejorar la calidad de vida de los vecinos, son probablemente las obras públicas las que más repercusión tengan, pero no sólo, porque las basuras, el transporte público, la limpieza de las calles y las playas, la ordenación del tráfico, la seguridad ciudadana, el alcantarillado y tantas otras cosas no tienen brillo cuando son aceptables, pero relucen cuando fallan estrepitosamente.

Por ir a Alicante capital, que es lo que más conozco, ¿qué grandes obras se han hecho en -digamos- los últimos veinte años? A ver, enumerando así de memoria: el Tranvía, el Museo Arqueológico -que es un referente nacional- el Auditorio, la canalización anti-inundaciones, el parque de la Playa de San Juan, la llegada del AVE, el cierre de la Vía Parque y poco más. Seguro que hay más cosas, pero no caigo. ¿Cuántas de ellas se deben exclusivamente a la gestión municipal?, pues? ¿lo adivinan? Ninguna. Unas son de la Diputación, otras de la Generalitat, del Gobierno Central o de empresas privadas. Y faltan el Aeropuerto e IFA, pero son de Elche.

¿Y qué han hecho los alcaldes y concejales que han pasado por el palacio en estas dos décadas? Pues, resumiendo mucho: no ponerse de acuerdo para fijar el planeamiento urbanístico en un Plan General, ahuyentar a IKEA, no conseguir edificar un Palacio de Congresos, dejar sin sentido la Ciudad de la Luz, conseguir el honor de, pagando un dineral, ser la segunda ciudad más sucia de España y así podría seguir hasta que se me acabe esta doble página y expropie el espacio de algún compañero columnista.

Porque lo que está claro y es evidente es que ni con unos ni con otros Alicante ha sabido dónde va y dónde quiere ir. Seguro que ha faltado talento, porque la política municipal es muy puñetera, pero también ganas de cambiar la dinámica más allá de las cuatro chorradas de siempre que llevan repitiéndose desde el tiempo de los romanos. Tener muy limitados los presupuestos, como sucede ahora, no ayuda demasiado, pero es que ha habido ocasiones en estos años en que los grifos manaban oro y tampoco se aprovechó la ocasión para nada que beneficiara a la ciudad, más allá de llenar las arcas de algunos personajes. Y menos mal que a falta de atractivos culturales Alicante tiene unas playas magníficas, un clima y un sol fenomenales, unas buenas comunicaciones por tren y avión y una gastronomía interesante. Imagínense si no que se puede hacer un fin de semana en nuestra capital.

Así que pensando en voz alta debo encontrar argumentos para votar a unos u a otros. Primer planteamiento: ¿Está mejor la ciudad con un alcalde de derechas o con uno de izquierdas?, pues hombre, no veo yo mucho la diferencia. Segundo planteamiento: ¿Quién de todos los candidatos ofrece un futuro mejor? Tampoco encuentro demasiadas ideas ni planes novedosos para que Alicante sea un referente provincial más allá de los topicazos. Tercer planteamiento: ¿De quién de los candidatos/a me fío? ¿Cuál me chirría menos?...

...Aunque ahora que caigo: no voy a votar por ninguno, así que no me busquen, que no tengo papeleta que ofrecerles. Que error más tonto, si yo vivo en Sant Joan...

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