Érase una vez una sociedad -dentro de un país- dirigida por quienes decían que se dejaban el aliento para darle voz a los que no la tenían; una sociedad dirigida por quienes se manifestaban vehementemente contra las injusticias que se cometían con las minorías más desamparadas; una sociedad dirigida por quienes rodeaban los parlamentos elegidos democráticamente porque decían que ahí no estaba el pueblo, sino la casta de políticos corruptos y capitalistas enemigos del trabajador y la trabajadora; una sociedad dirigida por quienes establecían cordones sanitarios contra aquellos partidos a los que despreciaban por burgueses y reaccionarios; una sociedad dirigida por quienes perseguían con extenuante vocación inquisitorial cualquier atisbo de xenofobia, racismo, intolerancia, discriminación, supremacismo, totalitarismo, machismo o violencia contra la mujer; una sociedad -dentro de un país- dirigida, en fin, por quienes se sentían narcisistamente satisfechos y satisfechas por liderar el púlpito de la ortodoxia vigilante frente a cualquier desviación que atentara contra el verdadero pueblo, contra sus derechos y libertades. Y así, con esa narración buenista remedo de la enfermedad infantil del comunismo, las niñas y niños, los hombres y mujeres, las viejas y viejos de esa sociedad dirigida, se iban a la cama satisfechos, abducidos por el poder de la narración placebo, del narcotizante efecto disfuncional que a modo de burbuja narcoléptica producen los sueños tutelados.

Pero claro, como ocurre con los sueños, al final despiertas. Como despertaron un día las sociedades comunistas al comprobar que aquellos sueños tan hábilmente narrados no eran otra cosa que la infección de unos parásitos transmisores de dolor, hambre y miseria; la inoculación por esos dirigentes de la enfermedad del totalitarismo, la falta de libertad, la detención, la tortura, la cárcel, el destierro y la muerte. Todo era mentira; todo sigue siendo mentira. Cómo explicarse, si no, que esos dirigentes que tanto luchan por los derechos del pueblo, de los desfavorecidos, de las minorías, de los sectores más vulnerables de la sociedad, permanezcan callados, inactivos, ajenos y ausentes cuando se violentan gravemente derechos de esas personas y grupos. Incluso no solo permanecen ausentes, sino que en muchos casos justifican esa violencia.

Esta semana leíamos -aunque con menos cobertura mediática de la que merece la noticia- que el régimen comunista cubano reprimía con dureza la primera manifestación LGTBI no controlada por los sátrapas dirigentes del paraíso de la libertad. «Eso denota la actitud homofóbica que tienen las instituciones del Estado», denunciaba un activista convocante. ¿Qué ha pasado en España frente a ese atropello? ¿Se han manifestado ante la embajada cubana esos dirigentes que dicen defender la diversidad, luchar contra la discriminación? ¿Y las asociaciones, colectivos y plataformas LGTBI, se han manifestado también ante la embajada cubana? No.

La abogada iraní Nasrin Sotoudeh, ha sido condenada por el régimen islámico de los ayatolás a 38 años de cárcel y 148 latigazos por defender los derechos de las mujeres en Irán. Así lo relataba Amnistía Internacional y así lo recogían -aunque con menos cobertura mediática de la que merece la noticia- algunos medios de comunicación. ¿Qué ha ocurrido en España frente a ese brutal crimen? ¿Se han manifestado ante la embajada iraní esos dirigentes que dicen defender a la mujer, luchar por sus derechos? ¿Y los movimientos feministas, se han manifestado ante la embajada iraní en defensa de esa mujer? No.

Durante la campaña electoral de las pasadas elecciones, se produjeron multitud de escraches, de actos de violencia e intimidación, contra personas de partidos del centro derecha españoles. En muchos casos contra mujeres que democráticamente querían expresar sus ideas en foros libres, en lugares públicos. ¿Qué ha ocurrido contra esas agresiones totalitarias y antidemocráticas protagonizadas por unos matones y matonas que se autoproclaman antifascistas? Pues, por ejemplo, Echenique, el líder podemita de los derechos de los trabajadores y trabajadoras que fue multado por no dar de alta en la Seguridad Social a su empleado, justificaba el acoso sufrido por representantes de Ciudadanos en Rentería porque iban a provocar. Es decir, exponer pacíficamente tus ideas en cualquier punto del territorio español es ir a provocar si así lo estima Echenique. Este martes, en San Isidro, la líder de Ciudadanos Begoña Villacís, sufría un intolerable y violento acoso por esos grupos de extrema izquierda (en esta ocasión vestidos con el uniforme de afectados por la hipoteca, aunque tiene muchos más disfraces) que andan a sus anchas por España imponiéndose por la fuerza de la fuerza a quienes no son de su cuerda o de izquierdas, sin que nada ni nadie lo impida. Es infame escrache, esa violencia e intimidación fascista-comunista a una dirigente política democrática, a una mujer, lo definía Pablo Iglesias como «jarabe democrático». Convendrán ustedes dos conmigo que en España solo hay escraches, solo hay acoso y violencia contra las formaciones y políticos de centro derecha. ¿Hay alguna asociación feminista que haya protestado por este intolerable acto de violencia machista contra la mujer que protagonizaron las extremistas y los extremistas de izquierdas contra Begoña Villacís? No. ¿Esto no puede estar pasando en España, en pleno siglo XXI? Sí, está pasando, seguirá pasando.