Hemos acabado por aceptar que Alicante es una de las ciudades más sucias de España hasta el punto que, cuando se difunde alguna estadística en la que destacamos como una de las capitales con peores niveles de limpieza, lo asumimos con naturalidad, como si fuera una seña de identidad más. En lugar de movilizar a la sociedad, impulsar transformaciones desde las instituciones o llevar a que el Ayuntamiento, junto a sus fuerzas políticas, analicen en profundidad y fuera de miradas partidistas de corto recorrido la naturaleza del problema y todas sus implicaciones, seguimos escuchando justificaciones cansinas o acusaciones incapaces de ir al corazón del problema.

Para unos, la culpa es de la contrata de limpieza que no hace bien su trabajo, sugiriendo que la adjudicación se hizo en medio de oscuros intereses a medida de las empresas que forman parte de la UTE Alicante. Para otros, en cambio, la suciedad en la ciudad crece muy por encima de las exigencias contenidas en un pliego de condiciones de hace años, necesitado de actualización y ampliación. La gravedad del problema ha llevado a los partidos que se presentan a las próximas elecciones municipales a colocar la mejora de la limpieza, así como la labor desempeñada por su contrata, en el núcleo de sus prioridades. Sin embargo, considerar que el importante problema de suciedad en Alicante es algo que solo y únicamente afecta a la empresa que se encarga de la limpieza, recogida y tratamiento de los residuos en la ciudad es desconocer todos los protagonistas que tienen responsabilidad a lo largo de todo el ciclo de la suciedad y la limpieza.

Empecemos diciendo algo que, aunque parece evidente, a los partidos políticos les cuesta reconocer en público porque nadie quiere poner el cascabel al gato. Si Alicante está tan sucia es porque los alicantinos maltratamos, ensuciamos y descuidamos nuestra ciudad. Somos los alicantinos los primeros responsables de que la ciudad esté tan sucia porque la suciedad la generamos quienes vivimos, usamos y disfrutamos de la ciudad, tanto sus vecinos y residentes fundamentalmente, además de entidades de distinta naturaleza. Somos todos nosotros quienes demostramos con frecuencia un grado de incivismo y una falta de amor hacia Alicante que lleva a ensuciarla sin límite, arrojando desperdicios y basuras, permitiendo que nuestras mascotas utilicen los espacios públicos para hacer sus necesidades sin recogerlas después, tirando basuras a cualquier hora del día y fuera de los contenedores, manchando fachadas, calles y vías públicas. Y todo ello lleva a que, como la suciedad es tan abundante, se tenga cada vez menos cuidado para no ensuciar una ciudad que, habitualmente, está sucia. De manera que, aunque la empresa de limpieza trate de limpiar y recoger aquello que los vecinos arrojan, haciéndolo fuera de papeleras y contenedores, en cualquier lugar de sus calles y plazas, a cualquier hora del día, más y más suciedad reemplazará a la que se ha limpiado.

Pero, ¿cómo entender tanto maltrato hacia la ciudad por parte de los vecinos? Los alicantinos no quieren a su ciudad porque no la consideran suya, no la ven como una construcción colectiva que deben cuidar. Falta civismo, falta amor por la ciudad, falta cultura ciudadana, falta empatía colectiva, falta urbanidad, falta conciencia social y sobra egoísmo. Y mientras los ciudadanos no sientan y comprendan que la ciudad y las calles que ensucian son un espacio colectivo sobre el que tienen obligaciones, siendo fundamentales para tener una buena calidad de vida para ellos y sus hijos, seguirán ensuciando sin medida porque no considerarán que tienen responsabilidad alguna. Y por eso se afirma que es, únicamente, un problema de la empresa de limpieza, como habitualmente se escucha.

Naturalmente que hay que mejorar y hacer más eficaz la limpieza, porque si los ciudadanos ven la ciudad descuidada, maloliente, repleta de mugre y suciedad, no les importará seguir ensuciándola, ya que forma parte del paisaje habitual de sus calles. Pero si trabajamos por ensuciar menos, por dejar de manchar y arrojar desperdicios de todo tipo, se conseguirán avances importantes en la limpieza de la ciudad que permitirán, posteriormente, dedicar más esfuerzos a las recogidas selectivas, al baldeo de las vías públicas en una ciudad donde llueve muy poco, a priorizar el cuidado de parques y zonas verdes, al mantenimiento de un mobiliario urbano dañado y destrozado por esas conductas vandálicas que tanto dinero nos cuestan.

Soy consciente de que cuando hablamos de cambios en las conductas colectivas, mediante la educación ciudadana, los avances tardan tiempo en lograrse, pero es algo que hay que afrontar, junto con estrategias certeras que alimenten una pedagogía colectiva, en lugar de la publicidad delirante que se ha venido promoviendo. Recordemos que durante el gobierno del tripartito se promovió una desagradable campaña publicitaria sobre la suciedad en la que una grotesca patata con excrementos nos decía: «¿Por qué no te la comes con patatas?». No hace falta ser muy astuto para saber la nula contribución a la generación de una nueva conciencia cívica sobre la limpieza de estos mensajes.

Naturalmente que todo esto va más allá de una contrata municipal porque significa cambiar en profundidad la cultura ciudadana. Pero avanzar hacia una ciudad más limpia pasa, también, por esta transformación, de la que no se habla.