Esta semana se ha celebrado el Día Internacional contra la LGTBIfobia. Se conmemora la eliminación de la homosexualidad, el 17 de mayo 1990, de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud. Hasta ese momento habíamos sido enfermos para la medicina, pero antes delincuentes para la Ley y durante mucho tiempo y aún hasta nuestros días, pecadores para la Iglesia.

A pesar de esto, todavía hoy 72 países penalizan la diversidad sexual, familiar o de género con condenas de cárcel que van de dos años a cadena perpetua. Ocho de esos países condenan a muerte a las personas por ser gais, lesbianas, bisexuales, trans o intersexuales.

En España, según denuncian organizaciones dedicadas al registro de incidentes y delitos de odio por orientación sexual y/o identidad y expresión de género, se registraron durante el año pasado 629 agresiones discriminatorias. Desde insultos en la calle, en el trabajo, en los centros educativos hasta agresiones graves. En la Comunitat Valenciana todavía tenemos fresco el recuerdo del asesinato de Lyssa Da Silva en Alicante (2015) y el de Javier Abil en Gandía (2014), siendo las condenas que recibieron sus agresores mínimas. A Javier le dieron 22 puñaladas, una de ellas con tanta saña que dejó alojado en su cráneo la hoja del cuchillo. Y a Lyssa, después de darle una paliza, la abandonaron en un ascensor donde murió sin recibir ayuda. Con todo, la cifra final de incidentes de odio registrada por el Observatorio Valenciano contra la LGTBIfobia fue de 91 agresiones. Sabemos que solo se denuncia un 10% de lo que ocurre, según la Agencia Europea de Derechos Fundamentales.

La discriminación está presente en todos los ámbitos y en todo momento de la vida de una persona LGTBI. Puede que unas sufran más directamente la violencia que otras, pero tarde o temprano nos encontraremos con un incidente. Además, la discriminación está normalizada hasta el punto que muchas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersexuales no la detectan. Asumen que es normal.

Reclamar nuestros derechos y el respeto a nuestra orientación sexual o identidad de género no es una excentricidad. Es una cuestión de dignidad humana. Nadie merece, desde que nace hasta que fallece, tener que soportar -en silencio en muchas ocasiones- ninguna forma de violencia. Tampoco tener que ocultarse o hacerse invisible para no ocasionar una reacción contraria a su identidad. Quien no entienda esto nunca entenderá que se celebre un día como el 17 de mayo. Como tampoco entenderá que nadie puede renunciar a su dignidad.