«Solamente les es permitido recordar y meditar sobre las vicisitudes de su vida a los que tienen el espíritu seguro y tranquilo».

Séneca (Sobre la brevedad de la vida)

Quizá por repentina e inesperada la reciente desaparición de Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido objeto de tanto lamento por parte de la práctica totalidad de la clase política española. Su muerte ha servido para que, por una vez, los dirigentes de todos los partidos hayan estado de acuerdo en alabar y en reconocer la figura de un político que, desde la confrontación de ideas, pero también desde la búsqueda de la concordia, sirvió con lealtad al Estado español y, por tanto, a los individuos que lo componen. Más allá de las críticas que se puedan hacer a cualquier persona, Rubalcaba fue honesto en el cumplimiento de los acuerdos y sincero en el planteamiento de sus objetivos políticos.

Fue uno de esos políticos imprescindibles para el Estado en la sombra y en la primera línea, algo que no suele ocurrir. Me refiero al hecho de que sabedor de la importancia que tiene el trabajo callado y metódico en la resolución de los problemas nunca le importó estar en un segundo plano. Algo, como decía, que se da muy pocas veces. Uno de los principales problemas que ha tenido desde siempre el PSOE ha sido la dificultad para encontrar personas poseedoras de formación y con capacidad de trabajar en equipo, alejado de egos ridículos, que al mismo tiempo no tuviesen la más mínima necesidad de figurar y de tener protagonismo en el partido ni en la gestión de cualquier apartado de la Administración Pública.

Durante los últimos quince años fue objeto de duros ataques por parte de la derecha mediática, la del tea party español con tintes cavernarios. La razón es muy simple. Rubalcaba representó el cambio que España dio cuando los socialistas alcanzaron el poder en 1982, instaurándose con ello el periodo más fructífero que ha conocido la sociedad española y que supuso la implantación y consolidación del Estado del Bienestar en España. El tradicional clasismo español y el habitual aprovechamiento de lo público por parte de la jerarquía católica y de la oligarquía española comenzó a desaparecer gracias a personas como Rubalcaba que, desde una posición discreta, desmontaron poco a poco el andamiaje franquista de cuarenta años de dictadura.

Pero si por algo suscitó odios e insultos de la derecha española más extremista fue durante su actitud en los días inmediatamente posteriores al atentado del 11M del año 2004, tres días antes de las elecciones generales que devolvieron el poder al PSOE tras las dos legislaturas del PP cuyos dos mandatos sirvieron, sobre todo, para que la corrupción de Gürtel apareciese en las instituciones gobernadas por el Partido Popular. Al parecer, la gran afrenta de Rubalcaba fue exigir lo mismo que hicieron los ciudadanos españoles que se manifestaron masivamente en los momentos posteriores al mayor atentado registrado en España: el esclarecimiento de los hechos, de sus autores y que el Gobierno de José María Aznar dejase de mentir de manera descarada. Fue tachado como impulsor de la ola de indignación que se generó en la sociedad española por la actitud claramente ocultista de Aznar y su equipo. Los periódicos afines a la teoría de la conspiración en relación con el 11M dieron publicidad a mil y un chismes y embustes sobre Pérez Rubalcaba. Se le adjudicó el término de siniestro para referirse a su persona por parte de la derecha más boba e iletrada para calificar a un político que no solo fue fundamental en la implantación del modelo público universitario sino, sobre todo, para acabar con ETA de una manera controlada y sin resurgimiento de la violencia. Si hay algo que siempre ha molestado al Partido Popular es que fuera un Gobierno socialista el que acabase con la banda terrorista y que por tanto dio por finiquitado el problema más grave que ha tenido la democracia española.

En una entrevista que le hicieron en la televisión pública hace algunos meses reflexionaba Rubalcaba sobre la importancia que tienen determinadas decisiones tomadas en la juventud sin que sepamos darnos cuenta de que nos van a marcar para toda la vida. «La vida es así», decía Rubalcaba. «Tomas una decisión a los 32 y ya es para siempre, aunque tú no lo creas». «Después viene lo demás; el declive físico, el inevitable paso del tiempo». Pero cuando te das cuenta ya es demasiado tarde. Esto último lo digo yo.