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La enorme hipocresía de la ultraderecha

La ultraderecha europea busca explotar el escepticismo, la desilusión o la falta de interés de muchos ciudadanos por una Unión Europea que consideran alejada de sus problemas para ganar posiciones en el próximo Parlamento de Estrasburgo.

Despotrican sus líderes continuamente contra las elites políticas y económicas, hablan de combatir la corrupción, recuperar la dignidad nacional y defender los derechos de la gente corriente, pero su patriótica retórica no se corresponde en absoluto con los hechos.

Lo denuncia en un informe el Observatorio de la Europa Corporativa, organización no gubernamental que analiza el poder de los lobbies económicos que actúan en Bruselas y tratan de influir en la legislación en el sentido deseado por la industria.

Presentes tanto en gobiernos y parlamentos nacionales así como en la Eurocámara, los partidos nacional-populistas no son ajenos a escándalos de corrupción en sus filas, al enriquecimiento personal o a la evasión fiscal de quienes tan generosamente los financian, señala el Observatorio.

Pese a todas sus diferencias, los partidos de ultraderecha podrían llegar a representar una fuerza significativa tanto en el Parlamento como en el Consejo Europeo, es decir la institución que reúne a los jefes de Estado y de Gobierno de la UE.

De ambas instituciones depende, entre otras cosas, el nombramiento de los futuros comisarios, que serán determinantes cuando se legisle en Bruselas sobre el cambio climático, los derechos sociales y laborales o la fiscalidad.

Partidos como los húngaro Jobbik y Fidesz, el UKIP británico (rebautizado últimamente Brexit Party), la Lega italiana, el Rassemblement National francés, y sus equivalentes de otros países como Polonia, Holanda, Bélgica o los escandinavos coinciden en su retórica simplificadora, basada siempre en "demonizar al otro", denuncia el informe.

Todos ellos defienden una política de "mano dura" con continuos ataques a las organizaciones de defensa de los derechos humanos, a la sociedad civil y, como hace su ídolo Donald Trump en EEUU, a los medios de comunicación, a los que acusan de mentir o de ocultarles la verdad a los ciudadanos.

El UKIP (partido de la independencia del Reino Unido) fue financiado por multimillonarios, el Rassemblement National de la francesa Marine Le Pen tiene contactos con oligarcas rusos y solicitó un préstamo millonario a un banco de ese país, y el Partido de la Libertad de Austria defiende claramente los intereses empresariales.

El Fidesz, del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha abierto sus puertas a las multinacionales, mientras que Ley y Justicia, que gobierna en Polonia se distingue por su autoritarismo frente a los medios de comunicación y a la judicatura, además de por su decidido apoyo a la industria del carbón.

La checa Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO) fue fundada por un multimillonario de ese país centroeuropeo y se ha visto salpicada por varios casos de corrupción mientras que Alternativa para Alemania ha estado involucrada en un escándalo de financiación ilegal. Podríamos seguir así con el resto de los grupos.

Hay que tener además en cuenta, señala el informe, cómo han votado siempre esos partidos en el Parlamento europeo: todos votaron en contra de aplicar un impuesto de sociedades del 25 por ciento en toda la UE y casi todos rechazaron la creación de una autoridad contra la evasión fiscal.

Y en lo que se refiere a la lucha contra el cambio climático, seguramente el mayor desafío que tiene actualmente la humanidad, todos menos uno se opusieron, por ejemplo, a la eliminación de las subvenciones a los combustibles fósiles, una de las principales causas de ese fenómeno.

Por mucho, pues, que los líderes de esos partidos hablen, emulando a Trump, de "drenar el pantano" de la corrupción, si hay una cosa que los caracteriza a todos es la hipocresía de sus mensajes: la enorme discrepancia entre lo que predican y los intereses que en el fondo defienden. ¡Tomemos nota!

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