La beatificación de la doctora en Químicas e investigadora Guadalupe Ortiz de Landázuri (1916-1975) que tendrá lugar el sábado 18 en Madrid, supone para mí la evidencia de que no fue una super mujer, ni alguien inalcanzable, pero sí una persona aventurera, pionera, universitaria y enamorada de la Química, del trabajo de docente y de la investigación. Y sobre todo de Dios, el motivo de su existencia. Su vocación al Opus Dei fue el motivo por el que vivió, actuó, e hizo lo que hizo. Las cualidades notables que Dios le dio las puso a su servicio. El motivo de su existencia fue el amor a Jesús. No hubo otro.

Al estudiar a fondo su vida destaco su simpatía, sinceridad y normalidad, con la que resultaba fácil convivir y con una alegría desbordante: era una mujer de carcajada, no de mera sonrisa.

Desde muy joven, se mostró como una mujer decidida. Esa cualidad de su carácter es lo que más llamaba la atención. No se paraba a deshojar la margarita: lo veía y, si le parecía que debía hacerlo, lo hacía. En fin, una mujer que iba abriendo su propio camino en la selva de la vida: en vanguardia.

Decir que era pionera, no es 'un decir', ya que fue uno de los rarísimos especímenes femeninos que estudiaron en la Universidad antes de la guerra civil. Cuando se matriculó solo había un seis por ciento de chicas entre los alumnos.

Después, frecuenta la Residencia de Señoritas (el lugar más progresista del momento en la educación de la mujer) porque quiere hacer unas buenas prácticas de Química y en la Universidad era imposible. Más tarde puso en marcha y dirigió una residencia universitaria en Madrid, y lo mismo hizo al llegar a México, convencida de que si las jóvenes disponían de un buen lugar para vivir y estudiar, tendrían más oportunidades de que sus padres les dejasen ir a la Universidad. Guadalupe fue una universitaria nata: su pasión eran la docencia y la investigación.

Guadalupe también era una chica aventurera. Había vivido en Tetuán de los 9 a los 16 años, donde era la única chica del colegio. Practicaba deportes, excursiones, montaba a caballo, le encantaba la natación y el tenis e incluso se atrevió a volar. En los años 20 y 30 la educación de las niñas permitía solo ciertos 'ejercicios' como el ballet. Lo demás se consideraba, digámoslo así, 'de escaso tono para una señorita'.

Abrió caminos a la mujer

Hay una idea de fondo, que puede parecer elemental, pero que en su época era ciencia ficción. Aconsejó a muchas mujeres a retomar o comenzar una carrera profesional. Fue por delante, y ayudó a otras. Eso es ir ampliando el espacio público de la mujer de forma natural. Ella misma hizo la tesis doctoral a una edad tardía (entre 45 y 50 años): un ejemplo claro de que el estudio y la investigación, si son vocacionales, no hay que apartarlos de la propia vida. Es decir, fue una de esas muchas mujeres que sin darse cuenta empoderó a muchas otras. Abrió caminos. Es una mujer que nunca excluyó a nadie de su trato y de su amistad. Yo la denominaría como la santa o la beata de la inclusión.

No era consciente de estar luchando por los derechos de la mujer, pero lo hizo. Me gusta compararla con las 77 chicas de menos de 17 años que entre 1862 y 1910 lograron estudiar en la Universidad (cuando les estaba prohibido) porque cada una de ellas, sin ponerse de acuerdo, se empeñó en seguir su vocación, lo que llevaba dentro. No las conocemos apenas, pero ellas abrieron el camino para todas las demás. Guadalupe se encuentra en la estela de estas mujeres cuya vocación profesional, universitaria, investigadora, era tan clara, que se convirtieron en un ejemplo para otras, que quizá eran más conformistas.

Estas son las mujeres que abren el espacio público a las que viene detrás... hasta que lo que era algo poco ruidoso se convierte en una auténtica movilización social, punto en el que estamos hoy. Pero es más fácil hoy conseguir algo siendo mujer, que a principios del siglo pasado matricularse en la Universidad.