La política sigue reinando en nuestros hogares y brillando con luz propia. Después de las elecciones generales, seguimos soportando los argumentarios políticos suministrados puntualmente por todos los medios de comunicación para que no olvidemos que tenemos otra convocatoria para cumplir con nuestra responsabilidad ciudadana y elegir a los representantes más cercanos.

Vivimos tiempos extraños en la política. Se ha diluido tanto la ideología que puede parecernos que los idearios de los diferentes partidos son tan similares que pocas diferencias se encuentran. La inercia del voto final se sigue configurando en función de matices inexplicables, como casi siempre. El voto del indeciso se decanta por el «caballo ganador» que dictan las encuestas, como ha ocurrido en las recientes generales, lo que indica que no se leen programas políticos, ni se cree en las promesas, ni otras gaitas, posiblemente porque tienen la certeza de que una vez en el poder, todo queda en agua de borrajas.

Un voto en nuestro nefasto sistema electoral no es universal, tiene un valor relativo de mayor o menor valor, en función de donde se viva. Si reflexionamos sobre cómo se decide el voto, aunque sea de una forma somera, podremos ver que se encuadra en tres grandes opciones. La primera es el votante cautivo, aquel que siempre vota lo mismo y, pase lo que pase, seguirá eligiendo al mismo partido. La segunda es el votante cabreado, que apoya al candidato opuesto al que ostenta el poder en ese momento, porque se ha sentido vulnerado en una o varias cuestiones personales. La tercera el indeciso, que se deja arrastrar por la mayoría, por ser muy influenciable, carecer de criterio propio y haber alcanzado un alto grado de escepticismo.

Si matizamos un poco estas grandes opciones podemos desembocar en que se vota a aquellos que te pueden perjudicar menos y beneficiar más; a los que consiguen dar una imagen positiva de sí mismos superando sus errores políticos, meteduras de pata y demás desmanes en sus intervenciones; a los que, por sus formas, fisionomía y saber estar inspiran confianza y, por supuesto, a los que parecen fuertes, con la mente preclara y exhalan sinceridad.

Ante las elecciones del domingo de la próxima semana, lo que está muy claro, es que la gran mayoría de nosotros no votaremos de una forma razonada, reflexiva y responsable, porque primarán las opciones antedichas.