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Alicante y el estrecho de Malaca

(Mediada la campaña electoral y al borde de abandonar mi responsabilidad en el Consell, el cuerpo, o el alma, me pide enfrascarme en la contienda municipal, regresar donde fui. Para, qué sé yo, emplazar a cierta candidata a un debate sobre la constitucionalidad de la vida, a ella, que reparte carnés de ello, sin que alcance a saberse con qué conocimiento. O preguntarle al aún Alcalde si es de Casado esta vez, o no, y si lo es, o no, por vergüenza propia o ajena. Profesar admiración a Sepulcre, por tratar al fin de convertir Alicante en una mísera feria permanente. Incluso las ganas quizás me dieran para analizar el Programa de alguna coalición, si es que acaso existiera tal Programa, aprobado por la competente Asamblea, asunto del que no sé qué opinar. O aclamar la declaración de independencia de un cabeza de lista antes de que Ángel Franco le aplique el 155 y deba exiliarse a Rabassa -es sabido lo que Franco advierte en esos casos: hijo, haz como yo y no te metas en política-. Y, yendo hasta el infinito y más allá, algo glosaría de Compromis, de su freudiano e imparable afán de felicidad y sonrisas, que no es perfil a menospreciar el ponerse así de perfil, como la Cara del Moro. Pero no debo. Que sea primero la obligación, que ya habrá tiempos para la devoción. Cese pues la chirigota y vamos a otra cosa).

El título del artículo coincide con el de la conferencia que di para clausurar un ciclo de debates preparatorios del Programa Municipal de Compromis. El Estrecho de Malaca está entre Malasia e Indonesia, muy lejos. Sobre todo para nosotros, que consideramos lejos Elche. Y no digamos Valencia. De Bruselas hay noticia, pero también damos en creer que es quimera. No digo nada, pues, de aquél remoto espacio, que en línea recta -o sea, curva- está a 10.548 kilómetros. A algún alicantino auténtico le sonará porque una vez la Volvo pasó por allí. Y, sin embargo, su importancia es enorme: si hay un conflicto mundial auténticamente grave es bien posible que se origine allí. Como otras veces en Gibraltar, Suez u Ormuz, estos náuticos cuellos de botella pueden estrangular rutas esenciales, rompiendo garantías generales de seguridad mutua. Ni siquiera es preciso que se cerrara: bastaría con que algún país pensara que podría pasar para que las consecuencias fueran peligrosas. Por eso China trata de diversificar la instalación de bases navales en otros lugares del Pacífico y del Índico. Y, a su vez, predetermina condiciones básicas del comercio, trémulo por el sombrío neoproteccionismo de Trump, jaleado por los que aquí galantean a los toros y a los machistas.

Pero la complejidad del asunto sirve para llamar la atención sobre algo muy sencillo: Alicante podrá pasarse eternamente la vida amándose en la casa de la primavera y, a la vez, odiándose por padecer una presunta maldición. Así vivimos: entre fiestas de paellas y el asco a la suciedad urbana; entre despedidas de solteros a las cinco de la tarde y el sueño de muchas noches de verano. Sea como sea, y más allá de arbitrios maravillosos, nada servirá, aunque mucho sea útil, si Alicante no levanta la vista. Si no mira más allá de los calderos de Tabarca por ver si alcanza a vislumbrar Malaca. O sea: ninguna de las posibles recetas sirve si no entendemos que el mundo es el que ha cambiado mientras nosotros esperábamos o, a lo más, montábamos barricadas morales contra los corruptos o la ignorancia rampante de vendehúmos.

Los discursos colectivos en Alicante, los que constituyen relatos que construyen identidad, siguen especulando en una escala angustiosamente estrecha. Pensamos en el turismo y es el turismo de ahora, no el turismo de pasado mañana. Pensamos en las costas y no imaginamos que las olas vendrán crecidas. Pensamos en el consumo de agua y no pensamos que, sencillamente, se acaba. Pensamos en el puerto y no sabemos qué mercancías vendrán. Pensamos en el orbe y no existe el bréxit, ni los tóxicos del espíritu de Putin. Pensamos en el euro y no vemos que media UE se tambalea ante el hechizo de indígenas salvajes, patriotas del pasado. Pensamos en la comunicación y lo más que damos es en ambicionar un titular. Pensamos en todo esto y nos volvemos irremisiblemente pesimistas: y claro que hay razones, muchas, pero también ignoramos que los flujos de la solidaridad se incrementan y que el avance científico también está consiguiendo liberar a decenas de millones de sufrientes. Y que pese a la pavorosa crueldad de las guerras, probablemente vivimos décadas en las que los muertos en ellas se esté reduciendo.

Pero lo importante es advertir que todo eso no “va a pasar” ni “les va a pasar” a otros: todo eso “nos está pasando”. Ya. Para bien o para mal. O es la ciudad y sus élites las que entiende esto y adquiere conciencia para idear alternativas o las medidas aisladas que adopten algunas instituciones o empresas pueden naufragar. No basta con ocurrencias o apresuramientos. Como no sirven de nada ni un teleférico ni un Palacio de Congresos, tampoco servirá de nada incrustar excepciones si no se toma conciencia acerca de la crisis medioambiental, los posicionamientos en las diversas instancias políticas, la reevaluación de la relación con los vecinos en términos de potencia demográfica o economías de escala. Podremos defendernos un poco: pero seremos una ciudad de perdedores de la globalización. Eso es lo que está en juego.

(En la conferencia a la que aludí se trató de poner las bases conceptuales de algo que está ahora en el Programa de Compromís. Es lo que podemos denominar “Alicante global” y no consiste sólo en la proliferación de propuestas más o menos conexas, sino en invitar a la ciudad a imaginar-se en una nueva identidad conformada por tres argumentos centrales necesariamente imbricados: A) La lucha contra el cambio climático como necesidad de supervivencia ante fenómenos inminentes y como invitación a la solidaridad colectiva. B) La articulación de políticas generales en torno a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, enunciados por la ONU en su Agenda 2030: 17 objetivos, con sus correspondientes metas específicas, que deben permear la acción de todo órgano político y que permiten diseñar convergencias entre el norte y el sur pero, también, compensar las inequidades en cada ámbito y favorecer una acción educativa basada en la solidaridad. 3) Los cambios en la economía, y no sólo desde la perspectiva de la rentabilidad, sino también de la maximización de la empleabilidad y de la diversificación energética o en las aportaciones al capital humano: una economía del progreso a partir del decrecimiento insostenible.

Compromis se compromete a proponer, en la negociación de gobierno, la organización en el plazo de menos de un año de un Congreso titulado así, “Alicante Global”, dirigido por especialistas, que intente afinar las necesidades y acciones posibles concretas y fuentes de financiación -por ejemplo, de la UE- e implicar a organismos “de la globalización” en Alicante, como EUIPO, Casa Mediterráneo o UA. Un Congreso que debería dotarse de un Secretariado para efectuar un seguimiento de los acuerdos. Y, al mismo tiempo, provocar una nueva forma de Buen Gobierno, definiendo alianzas entre poderes públicos y sociedad civil en la consecución de esos objetivos. Quizá no sea demasiado, pero tal y como están las cosas lo importante es querer y saber dar el primer paso. Porque Alicante sólo tiene futuro si sale de Alicante. La millor terra del món, però d’altre mòn. O algo así).

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