En las elecciones legislativas de 2008, los dos grandes partidos que de forma alternativa se han turnado en el Gobierno de la nación, con la excepción de UCD al comienzo de la transición, hicieron suyos el 83,81% de los votos, cénit histórico del bipartidismo, en una reproducción mimética al siglo XIX entre liberales y conservadores.

Y casi sin avisar, el tsunami de la crisis irrumpió abruptamente en nuestras vidas, dejando a unos perplejos, los menos, a otros, que pasaron de clase media a guardería necesitada de cuidados intensivos, y a una inmensa mayoría que entró en un túnel que, incluso hoy, más de diez años después, sigue tan negro como el carbón asturiano, que ya, ni siquiera es negro, no tiene ni color, igual que los ladrillos en los que invertíamos nuestros ahorros o hipotecas desproporcionadas con el beneplácito de los bancos hasta que se convirtieron en polvo, aunque no todo terminó ahí, eso sí, el polvo se lo llevó el viento, más no así los activos junto con sus préstamos que la gran banca fue vendiendo con pérdidas asumibles, ya dotados, a los buitres que aparecen cuando cualquier animal, humano no, está a punto de entrar en descomposición, o pagas o desahucio inmediato amparado en una legislación decimonónica.

A consecuencia de la espoleta de Lehman Brothers, quiebra en 2008 (too big to fail, demasiado grande para caer), entrar en barrena en nuestro país es una forma políticamente incorrecta para definir lo que ocurrió; siete años después había 721.900 hogares en los que nadie tenía ingresos, 1,57 millones de hogares en el que todos estaban en paro, y 2,9 millones en los que llevaban, al menos, un año sin trabajar, y seguía la feria de abril.

Acción siempre va acompañada de reacción, ley física y también política, y no tardó en ponerse en marcha. Comenzó en Francia como casi todas las revoluciones, desde finales del XVIII a las más cercanas en mayo del 68, o las actuales de chalecos amarillos. A Stéphane Hesse, escritor y diplomático francés autor del libro ¡Indignaos!, que planteaba en 2010 un alzamiento «contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica», le sucedía José Luis Sampedro, prologuista del libro anterior, ídolo de los indignados de carne y hueso, no de papel, que surgieron a raíz del 15 M.

Desde entonces todo cambió en la política, desde el fallido asalto del «sorpasso» y a los cielos, hasta la súbita aparición de una rancia ultraderecha que ha hecho virar hacia sus postulados a las derechas tradicionales. Muy bronca se ha convertido la política nacional, el debate ha sido sustituido por el insulto, a lo que ha contribuido el adelgazamiento de los dos partidos hegemónicos, pasando en una década a un exiguo 45,38%, con la aparición de nuevos partidos que buscan a codazos un sitio donde asentarse como si el parlamento, las calles, las tertulias, fueran el metro de Tokio a hora punta, con la diferencia que allí hay empleados elegantemente vestidos y con guantes blancos que con suma educación no exenta de firmeza, encajan a los ciudadanos en un perfecto rompecabezas.

Por eso, entrañable fue la entrevista que Manuel Campo Vidal mantuvo con Rubalcaba, no se la pierdan, https://elpais.com/elpais/2019/05/10/videos/1557502590_888903.html en la que este decía que cuando subía a la tribuna de oradores veía a los congresistas como si fueran el sistema periódico, gases nobles por un lado, tierras raras al fondo, los metales, grupo de gente moderada, maleable, dúctil, brillantes por momentos, los que no se llevaban con nadie. En fin, un químico que explicaba que la química funciona como la vida, la reactividad lleva a la hiperactividad, y los que así se comportan en política les pasa como al cloro, que son muy poco selectivos y como tal muy poco eficaces.

Mucho se está escribiendo de Rubalcaba, pero prefiero hablar de los símbolos, de las trayectorias de vidas, de los cimientos de principios inquebrantables a pesar de las derrotas, de saber retirarse cuando los vientos cambian sin luchar contra las modas que el tiempo impone, a sabiendas de que las modas, modas son, y que las que tienen fundamento siempre aparecen como un oasis, enganchan a los nuevos, dan agua a los amores perdidos y se consolidan como defensoras del derecho natural de protección de los más débiles. Así era Alfredo Rubalcaba, que nos enseñó que ser político no es una montería donde pegar tiros, él era de mesa camilla y diálogo.