Aquel domingo, 8 de marzo de 1914, el momento de la rotura de las urnas fue de lo más violento. Con disimulo, los interventores del marqués de Bosch Ares se iban separando de los demás que constituían las mesas, y a los pocos segundos entraban tumultuosamente un pelotón de la «porra», repartiendo golpes y tiros sobre el grupo trinista y a su alrededor, y viéndose indefensos, y ante el peligro de muerte huían desordenadamente al patio por entre el pelotón que en aquellas condiciones los apaleaban en la huida.

Dos de los trinistas fueron Torres y Diego Ramírez, siéndoles imposible hacer lo que a sus compañeros, pues el primero estaba enfermo, y el segundo por sus años y peso, se quedó en un rincón del colegio. Individuos de la «porra», entre los que había otros con gorra de consumeros o serenos, les apalearon brutalmente sacándolos a la puerta y allí, viendo que no les habían rematado, pues trataban de escapar, les dispararon varios tiros que lograron evitar. Así actuaron los violentos en el colegio llamado de doña Joaquina García.

Similares sucesos ocurrieron en el colegio de doña Pilar Panfil Mur, con la peculiaridad de que el presidente de la mesa recibió un estacazo que le produjo una gran herida en la cabeza, todos creyeron que había muerto, pero cuando se quedó sólo salió para recibir auxilio, volviendo a sufrir más golpes de los agresores que intentaban matarlo.

Continuó la elección en los dos colegios en los que no se habían roto las urnas, siendo éstas ya custodiadas por fuerzas de la Guardia Civil. A la hora reglamentaria hacen los escrutinios y llevaron a correos las correspondientes actas.

El presidente de la Junta Municipal del Censo, Rafael Sala García, informó al presidente de la Junta Provincial de lo que ocurría haciendo ver que mientras no se garantizara el orden era imposible constituir las mesas que faltaban, puesto que ningún individuo de los que las debían de componerlas quería exponerse a que lo matasen o cuando menos ser apaleado y herido. También consultó lo que debía hacerse en los colegios en que habían roto las urnas.

En la noche de aquel 8 de marzo, los seguidores del marqués del Bosch de Ares creyendo innecesaria la fuerza de los violentos para asegurar los votos de Torrevieja, pagaron a cada uno de ellos la suma de dos pesetas por cada noche de los atropellos anteriores y un duro por la salvaje actuación aquel día.

Pero se cayó en la cuenta, de que le faltaban muchos votos al marqués del Bosch de Ares, y que no había más remedio que obtenerlos aunque fuera con la continuación de más actos violentos. Se organizó la «porra» de nuevo, se recluyeron otra vez en la cárcel a algunos partidarios trinistas a los que se les tenía miedo, y se intimidó a Rafael Sala García para que constituyera de nuevo las mesas. Sala García se negó a lo que se pretendía, tanto por no estar garantizado el orden como por esperar la resolución del presidente de la Junta Provincial del Censo.

Esta negativa desesperó a los seguidores del marqués del Bosch, que sitiaron desde bien temprano la casa de Rafael Sala, no permitiendo que entrase ni saliese nadie, hasta el punto de dejarles sin pan, sin agua y sin alimentos. Como pasó el tiempo y Rafael Sala no cedía, no se contentaron los sitiadores con tenerle en aquel estado y, a voz en grito para que la pobre familia sufriese el pánico, les anunciaron el asalto a la vivienda y su incendio si no accedía a lo que le requerían.

También sufrieron el cerco, la casa de las familias Castell, Ballester y otros conocidos trinistas. El remedio a estas acciones fue iniciado por Luis Martínez, presidente de la Diputación Provincial, que se había enterado de la situación en la que estaban los partidarios de Vicente Ruiz Valarino en Torrevieja.

La noche del martes, a las diez, llegó a Torrevieja un teniente coronel y un comandante con fuerzas a sus órdenes para restablecer el orden en la localidad y asegurar la constitución de las mesas restantes y así terminar con las elecciones. Se disolvió automáticamente la «partida de la porra» y acabó todo tipo de abusos contra los trinistas. Sin duda que en este distrito se había frustrado la consecución del acta de diputado por parte del candidato gubernamental, se había provocado la división del pueblo, se le había enfrentado, y no logrando la representación del marqués del Bosch de Ares. El presidente de la Junta Municipal del Censo y diputado provincial Rafael Sala García, no constituyó las mesas para que se repitieran las elecciones y obtuviera aquél más votos. Le amenazaron con el incendio de su casa y esta promesa llegó a cumplirse. El 31 de marzo, ya entrada la noche y consiguiendo amedrentar a Ramonete, guardia de consumos que rondaba por la casa de Rafael Sala, vertieron alcohol en la puerta que daba frente al ayuntamiento, dejando correr por el suelo el líquido al interior de la casa para que el fuego prendiera inmediatamente, propagándose con más rapidez a los muebles del interior, y que el incendio, no pudiendo ser sofocado, consumiera en poco tiempo la casa. Afortunadamente los transeúntes se apercibieron del fuego y lo sofocaron, no llegando el hecho a sus terribles consecuencias.

El acta del distrito de Dolores, que había sido tan sufrida en el desarrollo de las elecciones, tuvo mayor complejidad en su aprobación al tener que ser revisada por el Tribunal Supremo para su elevación a las Cortes. El día 23 de abril se recibió la noticia de la aprobación por el Congreso de las actas de diputados a favor de los dos hijos de Trinitario Ruiz Capdepón: Vicente Ruiz Valarino, diputado por el distrito de Dolores, y Manuel, por el de Orihuela.