Cuando he visto el féretro, cubierto con la bandera española, en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso, no he podido evitar un pensamiento fugaz que me ha transportado al día del referéndum ilegal en Cataluña. Y he concluido que no se habría ido a Solares (Cantabria), dejando a las fuerzas de seguridad enfrentarse a una situación tan grave, en ausencia del mando.

Hijo de piloto, tenía la sensibilidad para discernir la importancia del espacio aéreo y el respeto que merecen los viajeros a bordo de un avión. Así que no tardó en aplicar el 'estado de alarma' que contempla la Constitución, inaugurando una práctica inédita y que resultó muy eficaz para resolver una papeleta de cuidado como era el desafío que planteaban, con la huelga, los controladores aéreos.

Quienes le han conocido más de cerca saben que le gustaba escudriñar las esquinas de los problemas más complejos y era muy cuidadoso para dar con las soluciones. Y para ello se precisa la información, materia prima imprescindible para no dar palos de ciego.

En eso se equivocaban sus enemigos que veían en su método de trabajo un filón para la crítica. Y era exactamente lo contrario, pues una cabeza de científico, ordenada como la suya, requería de paciencia y determinación. Virtudes poco extendidas.

Así consiguió trenzar el final del terrorismo sin hacer más ruido que el que provocaban sus críticos.

También supo valorar la importancia del cambio que suponía el relevo en la jefatura del Estado, tras la abdicación, práctica muy poco frecuente, siendo capaz de convencer a los más reticentes de los suyos, de algo tan esencial como asegurar la estabilidad del sistema.

No le perdonaron aquella frase lapidaria: «Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta, que les diga siempre la verdad». Sin tener en cuenta que, tampoco en aquella ocasión, se gestionó -con fortuna- la crisis que había provocado aquella pavorosa matanza.

Era un político moderno, a la antigua. Dominaba el arte de la comunicación en el que era imbatible, tenía empatía con deportistas, periodistas y guardias civiles, se le entendía cuando hablaba porque no rehuía la refriega y eso le dio fama de temible. La peor del catálogo.

Muy joven, se ha ido en 48 horas, dejando su adiós mucha tristeza. Pero se le ha despedido con el afecto que merecía.

Ha habido una coincidencia notable en considerarle un hombre de Estado. Eso era el cántabro resistente, un tipo muy consistente en la dura brega política que, cuando se jubiló de los asuntos públicos, se puso la bata de profesor y seducía a sus alumnos.